Amaya Michelena
Amaya Michelena

Jefa de sección (Domingo)

Casas modulares

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El problema de la vivienda tiene muchas caras y la falta de construcción solo es una de ellas. Recuerdo cuando, en 1984, me mudé a Bilbao. El casco antiguo, las famosas siete calles de la capital vizcaína, tenía capacidad para albergar a sesenta mil personas. Solo vivían seis mil. El resto de las casas estaban vacías. Ahora ocurre algo parecido en todas partes. Hay millones de casas vacías. Y lo lógico e inteligente es preguntarse por qué. El Gobierno prefiere mirar el problema de perfil, sin afrontar las otras cuestiones básicas. Porque detrás de gran parte de esos pisos vacíos existe un miedo atroz a ponerlos en el mercado del alquiler.

Por malas experiencias previas. Cualquiera que hable con propietarios que alguna vez han arrendado una vivienda recibirá un rosario de lamentaciones. Así que, de no haber una necesidad económica urgente, prefieren echar la llave y dormir tranquilos. Eso tiene solución. Una sencilla, pero las autoridades no quieren andar ese camino. Al propietario que alquile se le ofrece un seguro respaldado por el Estado, la garantía de que al tercer impago el inquiokupa está en la calle y los posibles desperfectos arreglados en dos semanas.

Además de bonificaciones fiscales. Protegerlo, en una palabra. Solo eso afloraría al mercado miles de viviendas. Perseguir el alquiler vacacional ilegal con fiereza y eficacia es lo segundo que se debe hacer. Tampoco interesa. Y ya, por último, construir allá donde se detecte falta de oferta. Eso de empezar la casa por el tejado es muy español, improvisar, chapucear. Ahora nos quieren vender casas modulares a precio de oro, ya lo estoy viendo, el negocio padre para promotoras y, sobre todo, para el gran amigo del Estado: la banca.