Cuando Franco congeló los alquileres

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Entre algunas de las medidas que planteaban los promotores de las protestas por la falta de vivienda sorprendió que solicitasen la necesidad de imponer contratos indefinidos en los alquileres, además de rebajar un 50 por ciento los precios, y eliminar las viviendas turísticas para que se conviertan en residenciales.

De todas estas medidas sorprende especialmente la propuesta de imponer contratos indefinidos porque fue precisamente Franco quien promulgó la Ley de Viviendas de Renta Limitada en 1954 y posteriormente la Ley de Arrendamientos Urbanos un año después. La ley franquista decía en su preámbulo: «El movimiento liberalizador de la propiedad urbana ha de atemperarse, no sólo al ritmo determinado por las circunstancias económicas del país, sino también a las exigencias ineludibles de la justicia social, que constituyen la médula y razón de ser de nuestro régimen político». No se escandalicen, pero los mensajes que se escucharon este pasado sábado tienen muchos paralelismos con este preámbulo franquista.

Además de aprobar una ley de alquileres «por la justicia social», el Gobierno de Franco determinó en la década de los 50 que hacían falta un millón de viviendas. Se construyeron algo más de 4 millones de pisos en 14 años.

Pero lo más relevante de las leyes franquistas era la prórroga indefinida de los contratos que ahora quieren recuperar. Hasta hace 20 o 25 años muchos propietarios apenas cobraban 30 o 40 euros por alquilar sus pisos, una situación que cambió cuando el Gobierno de González aprobó en 1985 la liberalización de precios y puso punto y fin a la dictadura franquista en materia de renta de viviendas. Los propietarios de los pisos no podían subir más que el IPC de sus rentas, lo que en el caso de un alquiler de 30 euros suponía algo menos de un euro más al mes. Solo se actualizaban los precios de los alquileres cuando sus inquilinos lamentablemente fallecían.

Las consecuencias de las rentas antiguas fueron nefastas para las ciudades. Los edificios se deterioraron, sobre todo en los centros históricos. ¿Realmente se pretende recuperar estas recetas en pleno siglo XXI? ¿O es que las recetas de Franco no eran tan malas como dicen?