Trump y el efecto bumerán

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Tras conocer el calado de la atrabiliaria y desproporcionada subida de aranceles anunciada por Trump para los países que comercian con los Estados Unidos, son muchas las voces que se han dejado oír advirtiendo que, lejos de favorecer a las empresas norteamericanas, a no tardar, semejante quiebra de uno de los fundamentos del libre comercio provocará un efecto bumerán lesivo, también para la economía estadounidense. La historia enseña que, a corto plazo, imponer aranceles genera inflación.

En ese rebote y sus consecuencias traducidas en subidas de precios para la variada gama de productos que ahora importa EEUU, con el consiguiente malestar de los consumidores locales, confían algunos analistas en que pudiera servir de reflexión a un Trump, por lo demás tornadizo, que sin dar marcha atrás en la estrategia de los aranceles cuando menos podría reducirlos. Conocida su pulsión cesarista, es improbable que rectifique por las críticas que van aflorando en boca de algunos miembros del Partido Republicano.

Pese a todo, Trump es más empresario que político y si sus conjeturas acerca de las bondades poco menos que taumatúrgicas de los aranceles para restaurar el poderío de la industria norteamericana –sobre todo la del automóvil, muy tocada por las importaciones de coches europeos y chinos–, no se ven respaldadas por los hechos no habría que descartar que recule, si no revocando, la anunciada tabla de aranceles, cuando menos modulándola.

En ese rebote bumerán, quizá podríamos cifrar la esperanza de que decaiga la política de vuelta al proteccionismo que, llevado a su extremo, amenaza con dinamitar el sistema de libre comercio que, desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, ha sido la base de la prosperidad.