Casas embrujadas

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Olvídense de las casas embrujadas de las películas, suelen ser una patraña. El cine en sí mismo es una patraña, pero las célebres casas embrujadas de la cultura popular y el folklore, por las que a causa de antiguos crímenes deambulan fantasmas y ocurren horrendos fenómenos parasicológicos, no lo son. Las hay, las hay, y yo mismo he vivido largos años en alguna, como una laberíntica y sórdida buhardilla en la calle Jaime II, que se caía a pedazos y desde un ventanuco, sin moverme de la cama, podía divisar el campanario de Santa Eulalia, bien de interés cultural con gárgolas, arpías y basiliscos.

Allí disfruté de todo el repertorio paranormal de las casas encantadas. Golpes, luces que se apagan, ruidos, hedores diabólicos, apariciones fantasmales (de una incluso me enamoré, pero no facilitaré datos personales), desapariciones y movimientos de objetos inanimados, etc. Todavía sueño un par de veces por semana con esa buhardilla embrujada. A veces en formato de pesadilla, y a veces, eso sí que es raro, no. Lo típico de las casas encantadas, que nunca se sabe. Ya comprendo que, como otros domicilios de locos que he tenido, no alcanza el nivel de las más célebres casas embrujadas, como la de Amityville en el 112 de Ocean Avenue, New York, infestada de aterradores espectros que no tenían dónde caerse muertos, o la mítica Mansión Winchester, en California, con siete plantas, mil puertas a menudo falsas, kilómetros de siniestros pasillos que no llevaban a parte alguna y siete tejados como en la novela de Nathaniel Hawthorne La casa de los siete tejados.

La construyó la viuda del hijo del creador del rifle Winchester, Sarah, que se creía maldita y perseguida por los espíritus de todos los hombres asesinados con ese rifle, y confiaba darles esquinazo en esa casa totalmente desquiciada. Mis casas encantadas no llegan a tanto, pero eso no quiere decir que no lo sean. Lo que pasa es que debido al problema de la vivienda, la cultura popular ya no cree en ellas, y considera paranormal cualquier habitáculo. Que a los ruidos, golpes, hedores y apariciones, añade el fenómeno sobrenatural del precio. Todas las casas están embrujadas. Magia financiera, crímenes antiguos.