El diálogo pendiente

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Trump ha entrado en el tablero como elefante en cacharrería. Ha revolucionado para mal las relaciones con amigos y supuestos enemigos y en algunos aspectos de la política interna de su país lo ha hecho con crueldad. ¿Cómo dejar pasar por alto esas expulsiones de emigrantes con grilletes en muñecas y tobillos como si fueran asesinos confesos? A esto le llamo crueldad.

Ahora llega el capítulo de los aranceles, que ha tenido sin respiración a buena parte del mundo, incluido nuestro país. Ante ello, el presidente del Gobierno se ha apresurado a reunir a sindicatos y empresarios y ayer mismo explicó cuáles iban a ser la medidas para aliviar la carga que estos aranceles suponen para sectores importantes de España. Nada que objetar. Bien está cualquier iniciativa que adopte el Gobierno en aras de la defensa de los intereses españoles, de manera especial todos los referidos al sector agroalimentario, que si ya sufren el laberinto de una enorme burocracia de la que Trump no es culpable, el peso de los aranceles supone para el sector un lógico sentimiento de alarma.

El mundo deja de ser el mundo que veníamos conociendo y aunque la diplomacia debe ser siempre la primera herramienta a utilizar en momentos de crisis, no parece que se den las circunstancias para que sea suficiente cuando al otro lado de la mesa, en este caso Trump, está demostrando un indisimulado desprecio a la negociación, de ahí que haya que diseñar, con inteligencia pero de manera contundente, una respuesta clara y comprometida.

Las incertidumbres son de tal calibre que me cuesta entender qué motivos de fondo impiden al presidente del Gobierno convocar al líder de la oposición para una reunión y junto cambiar impresiones y, si fuera posible, sellar un compromiso de unidad de acción de los dos grandes partidos de España. No hacerlo creo que, sinceramente, es un error de fondo que perjudica más al jefe del Gobierno que al líder de la oposición cuya posición ante los aranceles de Trump no ha podido ser más contundente.