El papa Francisco

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En estos momentos en los que el papa Francisco está luchando por su vida y, pese a todo, sigue mandándonos mensajes de ánimo, conviene poner en el lugar que se merece la labor que ha desarrollado durante sus diez años de pontificado, diez años en los que, gracias a él, la Iglesia ha avanzado en la defensa de los derechos más que en los últimos veinte siglos. La Historia de los Papas deja pocos, muy pocos, destellos de defensa real de los más débiles y de ponerse al lado de los pobres. Juan XXIII había sido el último. Lo normal ha sido que desde el pontificado se haya perseguido, y a veces con saña, la labor de los sacerdotes que se alineaban con la teología de la liberación, con la iglesia de los pobres. Francisco ha sido uno de esos contados destellos defendiendo siempre a los perseguidos, a los migrantes, a los que todo lo perdieron, a los que nunca tuvieron, denunciando ante políticos de todo rango y creencia la necesidad de humanizar las fronteras, de respetar los derechos humanos o de acabar con las guerras, con todas las guerras. Desde que empezó el genocidio palestino no ha dejado ni un solo día de hablar por teléfono con Gabriel Romanelli, sacerdote argentino que está al frente de la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza. ¿Podía haber hecho más? Quizá sí, ¿Se las habrían dejado hacer? Sin duda no.

En estos tiempos de resurgir del fascismo en todo el orbe, de asistir atónitos a las barbaridades, mentiras y odios que hoy gobiernan el mundo, cada vez necesitamos más tener referentes valientes y honestos como el suyo. Recuerdo que, hace años, con Francisco recién elegido Papa, alguien tan poco sospechoso de no ser de izquierda como Luis Eduardo Aute me dijo «¿Quién me iba a decir a mí que hoy uno de los referentes más importantes que veo en el mundo es un Papa? Es el único que ve las cosas con claridad y que defiende lo que cree con valentía».

Por ley de vida nos han dejado los Sampedro, los Galeano, los Saramago, los Mayor Zaragoza, los Hessel, los Aute… Y se han ido precisamente cuando el mundo más los necesitaba. En estos tiempos oscuros, tiempos de crueldad, egoísmo y estulticie, es imprescindible mantener viva la llama de los pequeños fueguitos que decía Galeano, esos fueguitos que iluminan nuestro camino y, sobre todo, nos recuerdan que no estamos solos y que, pese a todos los Trump, los Musk, los Putin, los Netanyahu, y los cientos de millones que les votan o apoyan y los que callan y miran a otro lado, todavía hay esperanza.