Machirulos

TW
1

Sobones, acosadores, prepotentes que se creen con derecho de pernada, los hay en todos los partidos políticos. Pero es más grave cuando el ‘salido’ forma parte de unas siglas que hacen del feminismo su bandera y, sin embargo, sus dirigentes miran para otro lado. O, lo que es más humillante, hacen que la víctima de sus tocamientos y acoso tenga que rellenar un cuestionario, cuando denuncian ante la dirección de su partido lo ocurrido, y acudir a la policía para ser creída.

¿Cómo se puede defender el derecho de la mujer a no ser tratada como un objeto sexual y, al mismo tiempo, mirar para otro lado, guardar silencio, y no tomar medidas contra el agresor? Estamos hablando, lógicamente, de Podemos y Juan Carlos Monedero. Ese profesor universitario que, en su despacho de la facultad de Políticas, tiene forradas las paredes de pancartas con eslogan sobre los derechos de las mujeres. Como en el caso de su antiguo compañero de filas, Íñigo Errejón, ambos han sido protegidos por un manto de silencio. Curiosamente, para marcar distancias, incluso en estas circunstancias, Monedero se defiende diciendo que el no tiene un personaje público y otro privado, refiriéndose con sarcasmo a la carta de despedida del portavoz de Sumar en el Congreso de los Diputados.

Todos los partidos, sin excepción, incluidos los machos alfa de Vox, deberían revisar en sus estatutos los capítulos referidos a vetar. Y más preocupante aún es que el silencio haya sido la norma de conducta en dos formaciones dirigidas por mujeres como son Podemos y Sumar. Resulta difícil creer que Irene Montero e Ione Belarra no supieran nada cuando había denuncias desde las primeras asambleas de la formación.

El valor, como siempre, se les exige a las acosadas, que deben dar su nombre y contar la historia. Y tiene mérito después de las intolerables escenas del juicio contra Errejón y las humillaciones del juez a la víctima.