Amaya Michelena
Amaya Michelena

Jefa de sección (Domingo)

Vuelven

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Al visitar Berlín varios lugares recuerdan cómo fue la vibrante ciudad en los años veinte del siglo pasado y cómo acabó todo aquello poco después. Una de las escenas que llaman la atención es la de un Berlín divertido, irreverente, plagado de cabarets, bares y tugurios donde la homosexualidad se vivía con alegría y desparpajo, sin armarios oscuros donde esconderse, sin culpa, sin complejos.

Fue, de hecho, esta naturalidad y descaro lo que alimentó en gran parte la furia de quienes convertirían el país entero en un infierno donde quemar a quienes consideraba malditos. Han pasado cien años desde aquello y algo que ahora nos parece ultra moderno, como la defensa de los derechos de gays, lesbianas, trans, personas no binarias y bisexuales, ya estaba de moda en los «locos años» tanto en las grandes ciudades estadounidenses como en las europeas y me atrevería a decir que en algunas asiáticas también.

La primera manifestación gay de la historia se celebró en Berlín en 1922, pero entonces –como ahora– una ola reaccionaria barrió el mundo desarrollado y frenó en seco a quienes querían aspirar el aire de la libertad. Los años treinta llegaron como un tornado desolador, que lo barrió todo. Un militarismo feroz, el nacionalismo excluyente, el racismo, la homofobia, el afán de devolver a las mujeres a la cocina y al paritorio –algunas se habían atrevido a asomar la patita fuera de casa–, el antisemitismo, la recuperación de lo más rancio y asfixiante de la religión… renacieron con una fuerza inusitada.

Hoy la avanzadilla de esa nueva ola aterradora se manifiesta en las redes sociales. No creo que tarden en salir a la calle y conquistar las instituciones. Los viejos fantasmas nazis están resucitando.