Autoficciones exhibicionistas
La autoficción, una variedad de la metaficción autorreferencial, no es sólo un género literario de moda, el más típico de la posmodernidad, sino una ideología política y un trastorno psíquico. ¿Y es también autopropaganda? Desde luego. Y autoayuda. Seguramente ya he hablado otras veces de eso, porque con el impulso de la tecnología y las redes sociales, las autoficciones han crecido tanto que al igual que una nube de mosquitos oscurecen el sol y ocultan cualquier realidad, pero no he destacado bastante su altísimo componente exhibicionista. Los escritores, siempre en vanguardia del exhibicionismo (sí, más que los cineastas), inventaron este género literario para hablar a sus anchas de sí mismos desde dentro de sí mismos, pero pareciendo que peroraban de verdades universales y se referían a todo el mundo, sin dejar por ello de referirse a sí mismos. Le llamaron ficción para no quedar como unos capullos, pero lo importante es que el invento tuvo tanto éxito (nos tocó la fibra sensible) que se expandió a todas partes incluida la política (el relato político), de manera que actualmente hace autoficción hasta el último mono. Hasta el mismísimo Congreso de los Diputados. Con el resultado de que tenemos la sociedad más exhibicionista de la historia, tanto de modo analógico como digital. Más exhibicionista que durante los fastuosos papados del Renacimiento, aunque ahora ya no se llama así, se llama comunicación. Basta escuchar unas declaraciones políticas (o futbolísticas, o de lo que sea), para comprobar que el autor es incapaz de salirse de su autoficción autorreferencial y autopropagandística, una narrativa al parecer muy agradecida, que ayuda mucho. Y diga lo que diga, nos está contando su vida imaginaria. Quiere que le conozcamos mejor, porque su imagen pública no le hace justicia, está deformada por las autoficciones de los demás. Total, que se ha creído sus ficciones. A los escritores también les pasa, se les rebelan los personajes, adquieren vida propia. Sobre todo el personaje protagonista, que es el autor. En literatura esto no importa, es literatura, pero como ideología política… Cansa muchísimo, la verdad. Y se parece demasiado a un trastorno cognitivo.
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