El Mercat de l'Olivar
A mi padre le gustaba pasear por la pescadería del Mercat de l’Olivar. Siempre terminaba comprando algo. Recuerdo una ocasión, con motivo de una fiesta de familia, de esas que hay que celebrar con holgura y solemnidad, que llegó a casa cargado. Cuando vi todo lo que había comprado le pregunté cuánto le había costado. Su respuesta: ¡No se lo digas a nadie! Se había gastado mucho más dinero del que llevaba. La ocasión lo justificaba. Aquella celebración pasó a la historia familiar y aquella compra en el Olivar había tenido mucho que ver en su éxito. Fue una de las últimas veces que lo pudo hacer. Coincidió con el comienzo de la transformación del emblemático lugar que había sido uno de los referentes de la materia prima culinaria de nuestra isla. Calidad, garantía y denominación de origen balear. El otro día, Gemma Marchena detallaba en estas páginas de forma magistral la nueva vida de la sede de la gastronomía local. El tiempo lo cambia casi todo y la realidad se impone casi siempre. Este sábado me paseé por sus pasillos. Reconozco que hacía tiempo que no lo frecuentaba. Tuve la sensación de que había menos puestos para comprar y llevar casa, y más para quedar y comer en el lugar. Me pareció una feria de restauración con menos productos locales y más de actualidad foránea. El Mercat de l’Olivar ya no es lo que era y todavía no sabemos lo que será. Pero la vida sigue y el que paga exige. Claro que si los que exigen lo hacen en alemán o en inglés o en japonés, terminas comiendo sushi, búrguer o pollo frito. Lástima de los productos locales y tradicionales. El mercado se ha convertido en un lugar de tapas. Me cuesta creer que quien va a tomar algo termine haciendo la compra tradicional, y dudo de que quien iba a hacer la compra para celebrar la fiesta familiar se quede allí a tomar unas tapas.
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