La paciencia de Francina

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Es duro el trago que soporta con estoicismo la presidenta del Congreso, Francina Armengol, desde que asumió el cargo en 2023. El PP y el potente aparato mediático capitalino de derechas no han asumido los resultados de las generales. Les indigna que la alianza de la izquierda con los nacionalismos periféricos les haya dejado tirados, pelando cacahuetes en la cuneta. De ahí el griterío. Creyeron que sería una legislatura corta y se lanzaron contra la nueva mayoría progresista cual caballería cruzada en las Navas de Tolosa. Pero Sánchez (con su mujer y el fiscal general imputados) resiste. Mientras, Francina intenta mantener el decoro de la institución y exige moderación a la enardecida oposición en las juntas de portavoces. Vano esfuerzo. El PP se ha tomado el Congreso como una caja de resonancia, decidido a armar la marimorena en cada pleno. Además, algunas medidas de modernización de la institución, como el permitir que los diputados se expresen en sus lenguas cooficiales, también ha sido motivo de jarana. Los de Vox se han puesto frenéticos. Por su parte, el PP da bandazos de gallina decapitada. Un día insinúa acuerdos con Puigdemont y al otro quiere despellejar al independentismo. Luego vota contra la subida de las pensiones y a los pocos días hace lo contrario. Y justo en medio está Armengol, que intenta sacar adelante una veintena de leyes, impulsar los homenajes a las víctimas del franquismo o, desde una óptica balear, seguir impulsando el desarrollo del Règim Especial. Tendrá que hacer encajes de bolillos. Vienen meses de zapateado negro en el corazón de los Madriles. El PP prepara otra embestida para forzar nuevas elecciones. Jamás había existido en España tanta estabilidad, bienestar y empleo en la base social y tanta locura desaforada en las alturas. Y Francina es uno de los objetivos a batir. Su sosiego les pone enfermos.