Tabla rasa
Yo también pensaba que era la muerte lo que nos igualaba a todos, como dice el tópico (suena más tétrico en latín: omnia mors aequat), hasta que un día, hace ya algunos años y un número semejante de Roland Garros, me encontré a Rafa Nadal a las seis de la mañana ante uno de los mostradores de facturación del aeropuerto de Palma subiendo sus raquetas a la cinta a pulso. Los aeropuertos no solo consiguen hacer esa tabla rasa social antes, sino incluso de una manera mucho más ortodoxa de la que Samuel Colt aseguraba ufanamente que lo conseguía también su famoso invento. Igual de inclementes que la muerte, los aeropuertos tampoco toleran disidencias de ningún tipo. Todo eso de salas vip, vuelos en preferente, embarques prioritarios con elección de asiento y bultos en cabina -junto con esas ridículas carreras por ponerse a cualquier cola que se monte-, no es más que el intento desesperado e inútil con el que algunos ingenuos intentan escapar del destino para único beneficio de las aerolíneas. Ya puedes ser número uno del mundo que si tu vuelo sale a las siete de la mañana, a ti nadie te quita de levantarte antes de las cinco para estar en el aeropuerto como muy tarde a las seis con la misma sensación de orfandad y cara de mala leche que cualquier otro viajero. Por esta razón, desengañémonos ya de una vez, solo existen dos tipos de individuos. Los que tienen avión privado y el resto.
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