Amaya Michelena
Amaya Michelena

Jefa de sección (Domingo)

Terremoto

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Salvando las distancias, Santorini viene a ser como Formentera, una isla muy pequeña con una población equivalente a la de un pueblo y con una presión turística brutal: dos millones de visitantes al año. La cíclada fue, además, escenario de una de las grandes civilizaciones del pasado, la minoica, cuyos restos permanecen intactos en el yacimiento arqueológico de Akrotiri, que recuerda de algún modo a Pompeya. Pues aquello también se lo tragó un volcán, que no es otro que la propia isla. La catástrofe, ocurrida hace tres mil quinientos años, al final de la Edad del Bronce, supuso un antes y un después en el lugar, aunque los expertos creen que los residentes tuvieron tiempo de escapar, porque no se han hallado restos de víctimas mortales. De ser una isla volcán se convirtió en un fragmento elevado en sus altísimos acantilados sobre el nivel del mar, quedando el resto hundido en el fondo del Egeo. Pero no es ese el único riesgo sobre el que viven los habitantes de Santorini (allí la llaman Thera), porque bajo sus pies transcurren cinco fallas tectónicas que se están moviendo desde el viernes. Más de doscientos terremotos leves han dado la voz de alarma, muchos paisanos han abandonado ya la isla -imposible salir si no es barco o en avión- y las autoridades griegas han alertado a bomberos, policías y servicios de emergencia. El mayor temor, dicen, es que los temblores provoquen un tsunami como el que arrasó el lugar en 1956, con una ola de treinta metros de altura. Con la terrible experiencia de la dana valenciana tan reciente, me pregunto si en casos así y ya que se trata de una población tan pequeña, no sería mejor evacuar por completo la isla y esperar lejos a que el peligro pase.