Joan Martorell
Joan Martorell

Periodista

El sentido del ridículo

TW
0

Para ser ministro con Pedro Sánchez no hay que tener sentido del ridículo, ese temor de las personas a provocar la risa o el menosprecio, y sí una buena dosis de cinismo y una capacidad muy desarrollada de mentir. Y seguro que los ministros han escuchado alguna vez o conocen, y si no deberían, la archisabida sentencia del que fuera president de la Generalitat de Catalunya, Josep Tarradellas (1899-1988): En política se puede hacer todo, menos el ridículo.

El decreto cajón de sastre mediante el que el Gobierno pretendía sacar adelante el incremento de las pensiones, las subvenciones al transporte público, la ayuda a las víctimas de la dana y un paquete de decisiones fiscales hasta completar ochenta medidas, ha servido para desplegar un muestrario impagable de ridículos, mentiras y cinismo. Pedro Sánchez hizo oídos sordos a los ofrecimientos del PP para no presentar ante el Parlamento todas las disposiciones en un solo decreto, avanzando su intención de votar a favor de las cuestiones más sensibles, pensiones, dana, transporte público. Tras el duro revolcón parlamentario, del que el sanchismo libraba a Junts a pesar de su voto a la contra, de inmediato el presidente se empeñó en repetir la jugada: ochenta medidas en un solo decreto, porque, gran frase, «el escudo social no se trocea». Ahí comenzaba la competición entre todos los ministros para ver quien repetía con mayor entusiasmo el argumentario de la Moncloa.

Sánchez, apenas 24 horas antes de su rendición, gritaba a pleno pulmón que iba a buscar los votos debajo de las piedras. Emiliano García-Page, presidente de Castilla La Mancha, le advertía de que debajo de las piedras puede haber escorpiones. El decreto no se troceaba. Hasta que Puigdemont decidió que sí. Ministros, presidente y sanchistas han tenido que entregarse a la defensa de lo que habían descalificado unos instantes antes. Sin ningún sentido del ridículo. Incluso con mentiras: hablamos con todos los grupos. Falso. Con todos menos con el PP. Para el sanchismo es más importante con quién se pacta que no el qué se pacta. Sánchez necesitaba decir que el PP está en contra de los jubilados, utilizar las pensiones como arma de desgaste político, razón por la que en el decreto ya troceado, y que el PP apoya tal como había anunciado, se reintrodujo la cesión del caserón parisino al PNV, que Feijóo había adjetivado de línea roja infranqueable. Y no era necesario, porque los nacionalistas vascos ya se apropiaron del inmueble en diciembre, cuando se aprobó el primer decreto. Se trataba de provocar una negativa de los populares, que han visto donde estaba la bolita del trile y buscarán la reversión de la sede actual del Instituto Cervantes por otros caminos, han dicho.

García-Page, en la misma comparecencia televisiva, en El Hormiguero, reconocía que la integridad de su partido está «comprometida» solo por mantenerse Sánchez en el poder, «no digo traicionada por no llegar tan lejos, pero se estiran demasiado valores y principios». Se salva de las iras presidenciales por la mayoría absoluta en su comunidad. En su momento, Sánchez llamó «indecente» a Mariano Rajoy. De tener que aplicarle su vara de medir los epítetos que se encuentran en el diccionario no serían publicables.