¿Cuál es tu zanahoria?

TW
0

Aunque nos encanten las vacaciones, porque quieren decir el relax, el abandono de agendas y la alegría sin normas, no soportaríamos una vida de vacaciones perpetuas.
Es importante tener horarios, obligaciones, hábitos y costumbres. Está bien despertarse y tener motivos por los que abandonar, aunque sea a regañadientes, la tibieza de las sábanas. Es necesario tener proyectos, unos pocos inalcanzables, otros concretos, que exijan esfuerzo, ganas o capacidad de soñar.

Una persona a quien quise mucho, acostumbrada a relacionarse con la mente humana, me decía a menudo: «Necesitamos tener zanahorias». Sus palabras buscaban el ejemplo, medio de veras medio en broma, de los animales que se mueven atraídos por las zanahorias. De la misma manera, las personas debemos tener en nuestras vidas objetivos o metas atractivos, incitadores de motivación.

Es urgente, pues, que llenemos los días de zanahorias. Serán de diferente índole, ya que los sueños, sueños son, como escribió Calderón de la Barca. Pueden ser tan sencillos como leer un libro que hace tiempo tenemos pendientes en la mesita de noche, contemplar una puesta de sol junto a alguien que nos interesa, o comprarnos esas gafas de sol que nos hacen imaginar el verano cerca. Pueden ser difíciles, como mejorar de categoría laboral, dar la vuelta al mundo, escribir una novela, tener un hijo, o construir una casa. A veces oscilan entre el reto minúsculo y la proeza: ordenar un armario para controlar mi mundo o salvar la vida de un enfermo en el quirófano. En ocasiones se mueven entre las emociones y la racionalidad: enamorar a quien supo enamorarnos o memorizar un temario de oposiciones. En algunos casos, son personales e intransferibles: la obsesión de un coleccionista, la minuciosidad del investigador, la creatividad de un artista.

Todo aquello que nos motiva hace que nos sintamos vivos. Cuando se acaban los proyectos y los sueños, comienza la tristeza.