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No me tengo por pacato y, hasta cierto punto, toda mi vida he sido un transgresor. Tampoco apruebo el fanatismo religioso, ya sea islámico, cristiano o judío, que de todo hay en la viña del Señor. Nadie que me conozca, siquiera un poco, podrá alegar con un mínimo de razón que soy fácil de escandalizar. Mirando hacia atrás con desaliento desde la atalaya de mis casi ochenta años, puedo decir con orgullo que siempre estuve con los tolerantes y que la cerrazón no forma parte de mi ADN. Por algo en mi juventud fui discípulo de Jaume Santandreu, el gran iconoclasta que ha tenido que llegar a la cima de su venerable ancianidad para escribir un libro ‘blanco’, léase sin que el obispo de turno y las católicas damas del ropero de los pobres se le enfaden.

Dicho todo eso me apresuro a escribir que comparto plenamente la opinión del alcalde de Palma acerca del cartel alternativo de la fiesta de Sant Sebastià salido, cómo no, de la factoría de Podemos, el partido político más nefasto desde 1945. Efectivamente, señor Martínez: el cartel es vomitivo. Pero no por cuestiones de moral, ni siquiera porque pueda herir los sentimientos religiosos de muchas personas –lo que me parece intolerable– sino por su zafiedad, ordinariez, mal gusto, grosería y vulgaridad.

Está claro que incluso para provocar hay que tener un poco de clase. Y eso es lo que le falta a esta tropa de Podemos, desde la regidora de Cort –Lucía, creo que se llama– hasta la autora del bodrio, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme. La rectitud de conciencia y la moral son valores que debemos exigirnos preferentemente a nosotros mismos porque en este terreno caben muchas interpretaciones y, además, siempre hemos de partir de la base del respeto hacia la libertad de expresión. Sin embargo, eso no vale en el ámbito del buen gusto y el respeto. El gran ‘pecado’ del cartel de marras no proviene de la ofensa que pueda infligir a la religión católica sino de su impacto demoledor sobre valores que son de todos y que no podemos permitir que esos zarrapastrosos se lleven por delante: la elegancia, el respeto, la estética, el buen gusto, en definitiva. La grosería y la zafiedad pueden tener sus reductos porque, como dijo aquel torero, «hay gente pa tó». Sin embargo no hay que tolerar que lo sucio y lo feo se enseñoreen de un territorio que es de todos. Creamos lo que creamos o recemos a quien recemos. Venga ya.