Franco, ese trauma

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Es dura la carga de tener que soportar un pasado jamás resuelto. En terapia psiquiátrica se advierte de los peligros serios que conlleva convivir con un trauma interior irresuelto y arrastrado durante décadas. Es necesario enfrontarlo para sanar el cuerpo y el espíritu. Y si tal evidencia es incuestionable para los individuos, mucho más lo ha de ser para el yo colectivo, para una sociedad herida, plagada de demonios interiores contra los que no puede luchar.

Franco es un trauma colectivo incurable. Un pueblo antaño indomable y valeroso fue aplastado por un caudillo ultraderechista y ultracatólico armado hasta los dientes por Hitler y Mussolini. El dictador nazi y el fascista acabarían derrotados por las democracias. El planeta se liberó de su yugo. Décadas después, las últimas dictaduras europeas de extrema derecha, Grecia y Portugal, también se deshicieron de sus sátrapas. Sólo España no pudo, convirtiéndose en una trágica excepción. Su ‘Caudillo’ murió tranquilamente en la cama. Y sus partidarios negociaron una transición en la que mantuvieron privilegios, poder e influencia social. La izquierda y los soberanistas periféricos, maltratados y perseguidos durante generaciones, bajaron la cabeza y acataron: asumieron el enfermizo olvido del pasado a cambio de libertad.

Ahora se ha armado un zapateado reaccionario porque aquella izquierda derrotada y luego humillada por los vencedores quiere oxigenar su trauma. Sólo busca que la herida colectiva deje de supurar un poquito. Los pueblos, como las personas, tienen derecho a sanar, a intentar curarse de la vergüenza interior que les produce no haber sido capaces de derribar una dictadura. Esta evocación de los cincuenta años de la muerte de Franco no es revanchismo, ni deseos de venganza. Es una terapia, una cura interior, un inalienable ejercicio de higiene democrática.