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Alguien que ha hecho cosas en la vida se cree obligado a contarlas en un libro de memorias. Este género literario tiene fama desde los albores de la civilización. Ramsés II dejó escrita la batalla de Qadesh, Julio César la guerra de las Galias y el rey en Jaume su toma de Mallorca. Y así, hasta hoy en día, con Melania Trump firmando sus recuerdos en las librerías y el rey Juan Carlos dictándolos para un libro que se va a llamar ‘Concordia’, nada menos. Podríamos decir que casi todo el mundo aspira a tener su libro de memorias. Incluso los empresarios mallorquines que triunfaron en la segunda mitad del siglo XX dejaron a un lado su discreción para que la posteridad supiera de ellos por sí mismos. El último en apuntase al carro fue el audaz Gabriel Escarrer. Pero hay grandes autobiografías inexistentes.

La de Juan March es una, y la de Francesc Antich otra que tampoco leeremos. El añorado president fue tentado por Biel Majoral, pero el proyecto no prosperó porque «no vull deixar malament a ningú». Jeroni Albertí también se resistió a contar sus cosas pese a la insistencia del colega Germà Ventayol. Jaume Sastre lo intenta ahora con Maria Antònia Munar que, reticente, le da largas.

Ignoro si Cristòfol Soler o Jaume Matas pretenden contar sus vivencias políticas, que serían muy interesantes. Al primero le cortó el cuello su propio partido, y al segundo se le cayó el mundo encima cuando se quiso mudar a un casal de la Palma Antiga. Sólo Gabriel Cañellas ha dejado escritas sus memorias de president. Hace 20 años fueron un best-seller balear, como lo serían ahora cualquiera de las otras.