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Debemos apelar a la esperanza y no por el hecho de que se acerque la Navidad. La semana pasada vivimos un hito, casi milagro, que debería llenarnos de ilusión ante un año 2025 que, como los anteriores, tampoco será fácil. Aunque vivamos en el primer mundo, el planeta atraviesa una catarsis que se manifiesta en guerras, climatologías extremas y la mano humana tan a menudo enemiga (pienso en los recientes fuegos que devastan un poco más nuestra isla). La veloz y titánica restauración de Notre Dame demuestra que todo resurgir es posible cuando haya voluntad. El renacimiento de la catedral -con unas cifras astronómicas- es el reflejo de la solidaridad global: casi 850 millones de euros provenientes de todos los países la confirman como un símbolo universal de la cultura y de nuestra historia universal. No podemos olvidar el componente religioso y la fe que la erigieron y que actualmente resisten en un mundo laico y tendente a un ateísmo contrario a lo que pueda suponer la Navidad y el término esperanza. Más allá de una colaboración público-privada -digna de alabar- la acción política que personificó Macron no hubiera sido posible sin miles de personas anónimas que han contribuido a tal espectacular resultado (por no citar los 1.200 robles para recrear las vigas del techo medieval, siguiendo métodos de construcción históricos). Ello me da pie a la necesidad de ese saber hacer y al valor de unos artesanos que Francia ha sabido mantener en la figura de los Compagnons du Devoir. De artesanos, gremios y tradición hablaba hace unas semanas en sa Pobla con Xesc Reina, autor de Porca Miseria. Todavía perviven esas cadenas de transmisión que acaban como referentes que no deberíamos perder. Lo que fue siempre está presente, ahí la clave para sostener una identidad y poder plantear un determinado futuro colectivo. Nostalgia, bálsamo frente a un presente de confrontación y odio omnipresentes en unas redes sociales de las que deberíamos desaparecer. Como escribe José Carlos Llop en su última y valldemosina novela: «el tiempo en el Mediterráneo es elegíaco o no lo es. No hablamos del presente y sí en cambio del pasado: nos gusta mucho hacerlo». Un pasado que nos puede hacer resistir y elevarnos como ha ocurrido en París; que nos marca y nos reta como nos ha demostrado la presidenta Prohens dando a conocer su envite vitalista a una terrible enfermedad y que siempre me recuerda a Caty Salom Parets de la que escribí con emoción y respeto a finales del siglo pasado tras leer sus vivencias. La catedral, lo escrito, lo bueno siempre debe permanecer y nuestra función es apuntalarlo ante cualquier riesgo. La esperanza está por encima de todo y mucho más de esa visión egoísta que invade tanto las calles como la política. Seamos artesanos con vocación de trascendencia y proselitismo. Hay esperanza; Notre Dame, de nuevo, ya es patrimonio de todos.