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No hay duda de que hoy en día lo más importante no es lo que vemos, sino lo que nos hacen ver. Quiero decir que la visibilidad de las cosas es la que gana con mucho en el momento de hacer cualquier apreciación. De las numerosas guerras que hay actualmente en el mundo –unas ocho sin contar conflictos menores–, solo son dos las que acaparan toda la atención. Tal vez porque las demás no nos afectan. De todas formas, las dos guerras de las que todo el mundo habla constantemente tampoco han sido impedimento para ninguna celebración. Mientras el horror campa a sus anchas en Ucrania y en Palestina, ahora nos vemos completamente inmersos en los Juegos Olímpicos de París. Y, por favor, que no se nos moleste durante todo el mes. Que nadie nos venga a fastidiar con números de muertos. Y si estas dos guerras pasan a un segundo plano, figúrense lo que serán las otras. Por ejemplo, la guerra civil de Siria. ¿Alguien se acuerda? Parece que no. ¿Y por qué? Pues sencillamente por falta de visibilidad. Lo más visible siempre gana; da igual su importancia. Cuántos artistas, por ejemplo, han pasado por el planeta sin pena ni gloria a causa de su poca visibilidad. Seguramente muchos más de los que conocemos. Y encima, hoy hay que ser visible en el mundo real y en el mundo virtual paralelo al que algunos ni nos asomamos. Que se te vea, que se te vea, parecen decirnos. Y por consiguiente, nos ponemos de parte de lo que se ve. Es cierto que algunas guerras parecen no acabar nunca. Y ya ni sabemos cuándo empezaron. Incluso hay ciudades que cuentan con síndrome propio, cosa que les da una considerable ventaja. Hace unos días, leyendo una biografía de Gógol, me enteré de que sufrió en propia carne el síndrome de Jerusalén, un trastorno que, a causa del alcance místico del lugar, provoca delirios que llevan al enfermo a identificarse con personajes bíblicos. ¿Tendrá esto algo que ver con la marcha de los acontecimientos? No tengo ni idea, aunque algo pasa con Jerusalén. Pero, si acaso, ya lo pensamos más tarde, después de consultar el medallero.