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Ha llegado la ansiada normalidad. Sin medidas restrictivas de ningún tipo más allá del tipo de interés y de la inflación –que no es poco–, la previsión del verano es prácticamente unánime: rebentarem. Los pronósticos se pueden resumir fácilmente en récord de todo.

Este verano será determinante para comprobar cómo ha cambiado el turismo tras la pandemia. Será el experimento real, la prueba de fuego después de los incontables planes, deseos, manifiestos, propuestas, estudios y jornadas que se han hecho al respecto. Viajar es más costoso, ya que tanto los vuelos como los hoteles se han encarecido de forma considerable. Y la oferta ha continuado su reposicionamiento no solo de hoteles, sino también de restaurantes y servicios complementarios de lujo. Ni los propios hoteleros se acaban de creer lo inelástica que es en estos momentos la demanda, es decir, lo poco que le afecta un aumento de precios. Por poner un ejemplo de fuera, el presidente de AC Hoteles Antonio Catalán explicaba recientemente que una noche en su hotel Santo Mauro de Madrid costaba 390 euros en 2019 y ahora está en 1.200, ejemplificando así lo que caracteriza como el «superlujo». Es por ello que sorprende leer que la Platja de Palma está llena de turistas alemanes «sin dinero y con ganas de beber» y que la propietaria de un restaurante explique a este periódico que «nunca ha sido tan malo como este año».

Pensar en el verano que está a punto de llegar agobia y asusta. La calle Sant Miquel probablemente no es un termómetro realista de la saturación y hay que asumir que esté abarrotada. En cualquier caso, estos meses se podrá palpar cuán necesario es poner límites reales. Cierto es que los mallorquines residentes tenemos una concepción diferente de la masificación que los directivos turísticos internacionales. Recordemos que el CEO de Jet2Holidays, Steve Heapy, ha dicho que «encontrarse una isla concurrida» forma parte de la «experiencia» en Mallorca. Y también podremos experimentar si el aumento de la competencia, en este caso la llegada de Uber, contribuye a solucionar el problema del transporte o, por el contrario, lo empeora.

Lo comprobaremos porque no se han establecido las medidas que hubieran permitido evitarlo, a pesar de que todos los informes científicos advierten que de seguir por el mismo camino, nos dirigimos hacia el abismo. Erróneamente, se ha situado a un lado del debate la libertad y en otra, las limitaciones. Parece que se enfrentan prohibición frente a regulación, que se asimila a mantener el statu quo. Pero esta dicotomía es falsa. Lo cierto es que ni los atascos ni la masificación desaparecieron el 28-M y la Mallorca pospandémica es más elitista y más desigual.