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En 1252 el papa Inocencio IV, al que no podremos apodar ‘el piadoso’, permitió oficialmente el uso de la tortura para que los desviados confesaran ante un sacerdote. Y expiaran sus pecados. En el siglo XV, los Reyes Católicos fundaron una asociación tan entrañable como era la Santa Inquisición, que en un alarde de ingenio cafre utilizó cuerdas y ‘potros’ de madera para estirar las extremidades de los herejes, que acababan pareciendo jugadores de básket. En esa época se recuperó también en Europa el método conocido como la ‘Doncella de hierro’, que era un sarcófago de hierro lleno de pinchos en el interior. Y que no debía ser demasiado cómodo. En Asia también tenían lo suyo y los chinos eran especialistas en la llamada ‘Gota china’, que consistía en dejar caer cada cinco segundos una gota sobre la cabeza del blasfemo, que acababa limpísimo pero enloquecido por la falta de sueño. En el convulso siglo XX las formas se refinaron un poco y los agentes soviéticos de la KGB de Nikita Kruschev interrogaban durante días y días a los detenidos, que al final confesaban la muerte de Manolete.

O haber robado el Santo Grial. Ahora, Mallorca ha hecho su aportación a la historia de los martirios universales con el colapso diario de la vía de cintura. Especialmente en el horario de entrada y salida en la zona de los colegios, entre Son Rapinya y La Vileta. La zona cero. Una serpiente multicolor de cientos de coches atrapados en la ratonera, bajo un sol de justicia, con escolares gritando en la parte de atrás y padres cariacontecidos al volante. Y música reguetón procedente de algún BMW tuneado. La Inquisición mallorquina.