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El pasado domingo el Partido Popular ganó    ampliamente las elecciones municipales y autonómicas. El gran perdedor fue el presidente Pedro Sánchez. No porque se hubiera presentado a tales comicios, sino porque las circunstancias las articularon como un plebiscito sobre su presidencia. Sus dotes de taumaturgo, en esta ocasión no le funcionaron. Sus ensalmos, no pudieron hacer desaparecer ni las listas electorales de Bildu, con una ristra de exterroristas, ni contrarrestar la noticia de la compra de votos en Ceuta, Mojácar y otras localidades y otras irregularidades, al más genuino estilo caciquil, que le otorgan el blasón de peor presidente de la democracia.

Siendo ya un cadáver político, aunque se presente a las elecciones que ha convocado para el 23 de julio, con la mirada puesta en la presidencia europea. Evitar el banquillo estimula la imaginación. La noche electoral no salió a ningún balcón. Permaneció escondido en La Moncloa mientras una de sus ministras    daba la cara y siguiendo la costumbre, que más pronto que tarde tendrá que olvidar, denigró a Vox, llamándole, como siempre, de ultraderecha, desde el extremo patetismo de una derrota que su soberbia tendrá muy difícil de encajar. Ha sido a la mañana siguiente cuando ha disuelto las cámaras y convocado elecciones generales.

Lo que conviene saber cuánto antes es cuando empezarán las alarmas antifascistas, las manifestaciones, el incendio de contenedores de basura y las roturas de lunas de escaparates. Y, en general, las protestas que organiza la izquierda cuando la derecha está en el poder. Actitudes que constituyen su ADN. Pues les viene de antiguo considerar ilegítimo cualquier gobierno de derechas, por mucho que sea consecuencia de unas elecciones democráticas. La historia nos recuerda los antecedentes del golpe de Estado de octubre de 1934, que algunos historiadores últimamente han establecido como el inicio de la Guerra civil.

El gran derrotado dijo lapidariamente un día, en sede parlamentaria que la historia le recordaría por haber sacado a Franco del Valle de los Caídos, y puede que sea así; no gran cosa, aunque también por haber promovido la legislación más disparatada, absurda y técnicamente peor hecha de la historia de España. Su primera gran derrota, ya es un gran alivio. Pero hasta su desaparición definitiva de los espacios soleados de la política no terminará la pesadilla del sanchismo.