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El pasado domingo ejercimos de nuevo una de nuestras libertades más importantes como individuos: el derecho a votar, esta vez para elegir y decidir el futuro de nuestras comunidades y municipios. Es un derecho fundamental que nos hace más libres y soberanos, pero que durante décadas estuvo limitado a la mitad de la población. Hace sólo 130 años que Nueva Zelanda se convirtió en el primer país en autorizar el voto femenino a las mayores de 21 años. En España tuvimos que esperar todavía 38 años más.

Hoy obvia decir, en nuestro entorno, que sin sufragio universal no hay democracia, pero ambos conceptos no son sinónimos: países como Cuba, Corea del Norte donde la gente vota regularmente, no son democracias y, a lo largo de la historia son muchos los gobernantes totalitarios que llegaron a su cargo a través de las urnas y las usaron para mantenerse en el poder.

En democracia el sufragio universal debe poder ejercerse con garantías y normas claras: voto universal, libre y secreto, pluralismo, elecciones periódicas, transparencia, y medios de información libres y responsables. Pero democracia es también dialogar, negociar, concertar, fomentar la convivencia y gobernar para todos. Deslegitimar a un gobierno de coalición, como ha sucedido, es tan nocivo para la democracia como el hecho de no aceptar los resultados electorales.

Porque democracia es también respetar la ley, los procedimientos parlamentarios, y los derechos de las minorías, fomentar la confianza en las instituciones y, al mismo tiempo, educar promoviendo el espíritu crítico y la libertad de expresión, incluso para discrepar de alguna ley o del modelo de Estado.

Democracia es mucho más que votar, es una forma de funcionar y organizar la sociedad para que todas las personas participen en las decisiones que les afectan. Se ejerce tanto en las urnas como en la vida cotidiana: en el ámbito social, respetando a los que no piensan igual; en el cultural, reconociendo las diferencias; en el político, favoreciendo el diálogo entre las instituciones y la ciudadanía para facilitar su implicación en las decisiones sobre los asuntos colectivos; y en lo económico, posibilitando bienestar y una vida digna para todas las personas. La democracia se vive y se construye cada día, desde cualquier lugar en donde decidamos alzar la voz.

Atrevernos a pensar en nuevas formas de organizarnos y de suplir nuestras necesidades es también parte esencial de una sociedad democrática. La historiadora Mary Beard, premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales 2016 afirma que ningún momento histórico ha sido considerado tranquilo por quienes lo han vivido, porque «cada época tiene su crisis y la nuestra tiene mucho que ver con el futuro de la democracia».