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Cuando usted lea este artículo ya se conocerán los resultados electorales, circunstancia que no se da al escribirlo. Pienso que más prudente hubiera sido empezar esta colaboración en Ultima Hora hablando de otros temas, pero, como decía un famoso poeta y dramaturgo irlandés, «logro resistirlo todo, menos la tentación». Hablemos, pues, de las elecciones generales.

Una de las ventajas de ser islas es que nos ven a distancia, esto nos ha librado de la campaña de crispación entorno a ETA y EH Bildu. En cualquier democracia avanzada la desaparición de una banda terrorista y la consolidación de la vía política en la izquierda independentista vasca se consideraría un éxito, un paso adelante. Para los conservadores españoles no es así. Ante la crisis del modelo neoliberal-conservador y la ausencia de propuestas, el debate de lo concreto se sustituye por la confrontación cultural. Buscan rédito electoral, pero hay otro trasfondo.

El PP es la formación política que peor se ha adaptado al bipartidismo. Mientras los socialistas han conseguido aglutinar un bloque estable, los conservadores, para gobernar, necesitan modificar el tablero de juego: bien (1) quitándole piezas al adversario (en esto consistiría ilegalizar EH Bildu) o bien (2) pactando que pueda gobernar en solitario la lista más votada. Son dos clásicos recurrentes o la ampliación de la Ventana de Overton, creando un espació irreal, que el conglomerado de la derecha mediática intentará imponer en el relato. Desde siempre, los conservadores españoles se han mostrado más predispuestos a los juegos de salón que al ejercicio democrático.

Votación tras votación, se constata que se produce un fenómeno de inversión: en las elecciones municipales y autonómicas la abstención siempre es mayor que en las generales. Globalización, vahído social, desarraigo… pueden ser múltiples las causas. Hasta el año 2019, en el conjunto del Estado, la diferencia media histórica era de 7,9 puntos; prácticamente la misma en Baleares (8,1), pero aquí la abstención global se sitúa 5,2 puntos arriba de la media general. Probablemente el boom demográfico de las islas tenga mucho que ver en esta diferencia.

A menudo, los abstencionistas constituyen la primera fuerza electoral, aunque no homogénea. Sería equivocado pensar que es un público ‘basura’. Puede asimilarse a marginados o excluidos del sistema político, comunidades desfavorecidas, minorías étnicas, jóvenes, descontentos con el sistema político vigente… pero, no por ello, no estén ávidos de recibir alguna guía o consejo. Ahí, para pescar en este caladero, también, es donde piensan que podría ser eficaz la irracionalidad antisistema del Ayuso-trumpismo que busca fanatizar, mediante el discurso de la libertad falseada, las fake news o la ‘caetanizacion’ de la sociedad. Las macetas en los balcones para combatir el cambio climático i l’omertà de los negocios familiares.

Ciertamente esta ‘verbena madrileña’ chirría con la idea de partido de Estado y el conservadurismo comme il faut, pero la derecha española nunca ha dejado de tener cierta pulsión squadrista y un sentido agrio de la vida. No siempre con el resultado deseado, recuerden la    operación ‘ha sido ETA’ del 11-M o el TIL de Bauzá.