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En Baleares como en España, donde los hilos invisibles de la discriminación se entrelazan sutilmente, emergen situaciones que nos invitan a reflexionar sobre la presencia del racismo en nuestra sociedad.

Cuando alguien, en busca de un techo que le cobije, contacta para alquilar un piso y se ve sometido a preguntas intrusivas sobre su origen, la sombra del racismo se extiende. Un velo de prejuicio se despliega, juzgando a aquel que busca un hogar por su procedencia y no por su valor como ser.

Del mismo modo, al desear inscribir a nuestros hijos en las escuelas, nos encontramos con interrogantes acerca de su lugar de nacimiento. ¿Acaso no debería prevalecer el deseo de educar y formar a las nuevas generaciones sin importar su procedencia? Estas inquisiciones reflejan una mirada estrecha, anclada en prejuicios raciales que deberíamos haber dejado atrás.

En momentos de dolor y pérdida, cuando buscamos dar un adiós digno a nuestros seres queridos, la pesada carga del racismo se hace presente nuevamente. Nos piden repatriar a nuestros muertos, como si la tierra que los vio nacer les otorgara mayor valor. ¿No debería el amor y la memoria trascender fronteras, honrando a aquellos que partieron sin importar su lugar de origen?

La libre práctica de la religión, un pilar fundamental en la vida de muchos se ve constreñida por las voces que proclaman una sociedad laica. ¿Acaso la diversidad de creencias no debería ser celebrada y respetada en un mundo que clama por la tolerancia? La negación de la expresión religiosa de aquellos que buscan consuelo y trascendencia sólo perpetúa el racismo en su forma más insidiosa.

El ámbito político, ese escenario de ideas y propuestas, no está exento de la sombra del racismo. La mercantilización de la inmigración, la explotación de los miedos y prejuicios revela una sociedad que alberga semillas de discriminación. No podemos permitir que los votos sean cosechados por aquellos que cultivan el racismo en los corazones de nuestra sociedad.

La prensa, con su poder de influencia, debe mirar más allá del origen y las apariencias. No puede señalar a las personas por su procedencia, solo para redimirse cuando su talento y éxito en el deporte les otorga reconocimiento. Esto, en esencia, es una manifestación del racismo, una dualidad hipócrita que debemos desterrar de nuestros medios.

En última instancia, cuando los inmigrantes son percibidos únicamente como contribuyentes fiscales y sostén de las pensiones de nuestros mayores, se revela un reflejo deshumanizado. La riqueza cultural y las contribuciones de aquellos que llegan a nuestras tierras deben ser apreciadas más allá de su capacidad de sustentar el sistema. De lo contrario, solo se perpetúa el racismo en su forma más sutil, pero igualmente triste.

Este domingo, se desvelará el pulso de nuestra conciencia colectiva, la expresión de nuestra verdadera esencia como sociedad. Los resultados electorales en Baleares como en España serán el reflejo de la voluntad ciudadana, serán un termómetro revelador, capaz de mostrar si prevalece el odio o si la esperanza de la convivencia y la igualdad han logrado conquistar nuestros corazones.