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A tres días de una cita electoral que promete ser reñida como pocas, mantenerse en la prudente asepsia de un simple espectador me parecería incongruente. Crecí durante la Transición y me empapé desde la adolescencia del clima que acompaña al ejercicio democrático por antonomasia, la llamada a los ciudadanos a votar.

Para quien acostumbre a leer mis tribunas, no será novedad alguna manifestar que mis preferencias están ubicadas en el centro político. En el ‘extremo centro’, más exactamente.

En España, ese espacio ha sido siempre el que ha decantado la balanza y el color de los gobiernos. Un PSOE centrado fue el que arrasó en aquellas elecciones generales de octubre de 1982 que acabaron de cimentar la democracia española. Pero el socialismo actual, imbuido por el populismo neocomunista, está a años luz de esa moderación. Sánchez ha dinamitado, más que cualquier otra cosa, su propio partido, al que ha convertido en un primus inter pares entre sus socios radicales. Hoy, ningún centrista con criterio puede votar al PSOE ni a su sucursal, el PSIB de Armengol.

Y el relevo en Balears se hace vital si sus ciudadanos no queremos seguir perdiendo calidad de vida como en las últimas dos legislaturas, donde la ideología, el sectarismo y las consignas han sustituido a la gestión.

Ciudadanos, por su parte, es un caso único en nuestra historia, la de un partido que va a desaparecer fruto del suicidio político causado por la miopía de sus líderes. Los naranjas han dejado de ser una opción viable.

Finalmente, en Balears, o mejor dicho, en Mallorca, existe la opción de El PI. Los regionalistas tienen su mejor activo en una serie de alcaldes con gran respaldo popular, pero flaquean en las grandes poblaciones. Cuando tu único objetivo, elección tras elección, consiste en sacar dos o tres diputados en el Parlament para tratar de influir, puede que esa meta quede a las puertas, como parece que pueda suceder el domingo, frustrando las esperanzas de cambio de tus votantes.

Así las cosas, el único partido centrista con garantías de encabezar el Govern y el Ajuntament de Palma es, obviamente, el Partido Popular. La llegada a Génova de Alberto Núñez Feijóo ha supuesto un golpe de timón hacia la mesura y una visión periférica de España que nos es muy próxima a los ciudadanos de Balears. Marga Prohens y Jaime Martínez, por su parte, sintonizan plenamente con esta visión, alejada de radicalismos y con una propuesta económica y social que toca con los pies en el suelo, al contrario de lo que sucede con aquellos otros que se dedican a salmodiar recetas imposibles y que, desde el grosero desprecio hacia nuestra propia cultura, prometen cosas tan pintorescas e inconstitucionales como la de devolver las competencias autonómicas al Estado, a sabiendas de que no van a cumplirlo.

Prohens y Martínez tienen un programa realista, el concepto de una España plural y moderna que huye de la división maniquea, propia del sanchismo y los extremos, y el perfil adecuado para encarar el vuelco que necesita nuestra sociedad después de ocho años completamente perdidos para nuestra comunidad y su capital.

Por este motivo, esta vez tendrán mi confianza y mi voto, que en ningún caso es un cheque en blanco, sino un contrato que espero que sepan cumplir.