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San Pedro le preguntó a Jesús «si mi hermano me ofende ¿cuántas veces tengo que perdonarlo, hasta siete veces?» Y Jesús contestó «siete veces no, hasta setenta veces siete». O sea, siempre. El cristiano tiene mucho que perdonar en estos días en España. Los candidatos a Comunidades Autónomas y ayuntamientos cruzan insultos (tú tienes una casa muy cara, tú tienes un hermano corrupto) y no se formulan los verdaderos interrogantes. ¿Es lícito matar a una criatura en el vientre de su madre? ¿Es lícito el matrimonio entre dos hombres o entre dos mujeres? ¿Es lícito empujar al suicidio a niños que todavía no pueden saber si quieren vivir porque no saben lo que es la vida? Se habla de políticas de inclusión pero no se dice qué es lo que hay que ‘incluir’.

¿Se puede ‘incluir’ a las mujeres sin saber lo que siente cada mujer, sin saber si es excluida porque es mujer, porque hace mal su trabajo, porque el jefe le tiene manía…? Sin saber en realidad lo que es ‘exclusión’. Sin saber lo que se le pregunta el futuro votante acude a las urnas porque espera recibir lo que desea o se abstiene porque no espera obtener nada. Perdido cada cual en su laberinto, candidato y votante se gritan pero poco se escuchan el uno al otro y, en su soledad, ignoran u olvidan a ese poderoso Amigo que es Dios, que lo puede todo, que cifra toda, toda su felicidad en hacernos felices a nosotros, a mí, a ti, a los otros… pero esa felicidad cuesta, cuesta mucho porque es una contabilidad al revés. Lo que ‘suma’ no es lo que recibo, es lo que doy, es la dicha de entregar y entregarse, eso es Poder. Lo escribió Lope de Vega: «Eso es amor quien lo probó, lo sabe».