TW
0

E l Gobierno de Corea del Sur ha tenido que dar marcha atrás en su intento por aprobar una ley que amplía las jornadas laborales hasta las 69 horas semanales (14 diarias ) por las protestas de miles de empleados, sobre todo jóvenes. En aquel país la cultura de matarse a trabajar está bien arraigada –como en sus vecinos Japón y China–, no en vano su jornada ya está establecida en 52 horas actualmente (más de diez diarias si curras de lunes a viernes, casi nueve si añades un sexto día a tu semana laboral).

Millones de coreanos han conseguido en apenas medio siglo transportar a su país desde la Edad Media –quedó arrasado tras la guerra de 1953– hasta las tasas más punteras de seguridad, bienestar, desarrollo, educación y tecnificación. Pero los jóvenes han dicho basta. Vivir agotado de tanto estudiar y tanto trabajar no es el objetivo de nadie.

Allí el suicidio está a la orden del día, lo mismo entre la población adolescente –agobiada por las altísimas exigencias en los exámenes de acceso a la universidad– que entre padres de familia acosados por las deudas y exhaustos por el exceso de dedicación a su trabajo. Trataba el Gobierno de combatir la escasez de mano de obra que sufren las empresas surcoreanas, igual que todo el mundo desarrollado, porque en el fondo muchas de sus creencias y modos de vivir siguen anclados en la milenaria tradición confuciana y eso les lleva a rechazar la inmigración que seguramente necesitarían para sacar adelante su pujante sector industrial. No es fácil conciliar el deseo de crecer con el anhelo de conservar la cultura propia, lo sabemos todos. Pero la solución nunca podrá ser condenar a tus ciudadanos a morir de agotamiento y renunciar a cualquier meta personal.