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A quella máxima que se le atribuye al genio del marketing de los nazis de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» se pone de manifiesto, más que nunca, durante las campañas electorales. Los políticos son conscientes de que la masa es más bien ignorante, fácilmente manipulable y muy sensible a las frases hechas dictadas una y mil veces desde la televisión, la prensa y las redes sociales. Por eso este año los socialistas se han empeñado en convencernos de que ellos gestionan los asuntos económicos mejor que la derecha.

Ha sido una baza tradicional en el ideario conservador, la idea de que la izquierda no sabe gestionar y solo sube impuestos y dilapida fondos públicos, mientras ellos son excelentes gestores y saben lo que hacen. Un poco como considerar a un señor de derechas, con traje y corbata, como un serio empresario capaz de manejar con maestría el país y al joven «rojo» un chavalillo inexperto que solo sabe gastar.

Ni una cosa es cierta, ni la contraria tampoco. Por desgracia, en este país las cosas de la economía –que a la postre son, junto con las libertades, lo que definen el bienestar de una nación– están enquistadas desde la Transición. Ninguno de los gobiernos que han pasado por la Moncloa ha conseguido enderezar los dos graves problemas que tienen los españoles para despegar: la escasísima productividad y el paro demencial. No pueden presumir los de Feijóo y compañía de haber logrado nada –tampoco en su Galicia natal, donde ha gobernado mucho tiempo–, igual que tampoco pueden hacerlo los de Sánchez. Breves temporadas con alguna mejoría, sí, pero nada permanente. España sigue a la cola europea y de eso nadie habla porque arreglarlo sería muy doloroso.