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Nos acostumbramos a todo a velocidad vertiginosa, es decir, digital. Cuando se dice que el signo de los tiempos es la rapidez, y que la actualidad avanza con movimiento uniformemente acelerado, habría que añadir que igualmente rápido nos acostumbramos a esa aceleración, y ya se trate de una guerra europea, una pandemia o nuestros propios negros pensamientos, casi antes de saber qué está pasando ya estamos acostumbrados. Lo de los negros pensamientos viene de una frase legendaria de Robinson Crusoe: «La tormenta y mis negros pensamientos duraron toda la noche; al día siguiente ya estaba acostumbrado a ambas cosas». Puede que esta rapidez en acostumbrarse fuese exagerada para el siglo XVII, mucho más lento que el actual, pero en el presente es lo habitual. Me maravilla lo rápido que nos hemos acostumbrado a la guerra de Ucrania, y la naturalidad rutinaria con la que recibimos las noticas atroces del escenario de operaciones. Ambos bandos se lamentan de la falta de munición que ralentiza las matanzas, pero también a eso (señal de lo que está durando la guerra) nos hemos acostumbrado rápidamente. Como cuando permanecíamos confinados en casa, en pijama y mascarilla, como si nunca hubiéramos hecho otra cosa en la vida. Yo incluso acudía en pijama (y mascarilla) al supermercado, donde en tanto que anciano vulnerable, casi me obligaban a saltarme la cola. Era la normalidad. Con la misma rapidez me acostumbré a ir a cara descubierta, porque es asombrosa la velocidad con la que nos acostumbramos (y desacostumbramos) a lo que sea. Desde luego, hace mucho que sabemos por el refranero que uno se acostumbra a todo, pero no tan rápido. Es algo que debería llevar su tiempo. Y no; ya nada lleva tiempo. La guerra de Ucrania, que desde el principio era una antigualla de guerra, aunque con drones, nos suena como el parte meteorológico. Escasez de municiones, nubosidad variable y elevadas temperaturas impropias de las fechas. Ya ni siquiera se habla de la crisis energética global y el desabastecimiento alimentario que iba a provocar. Ni siquiera de guerra nuclear. En fin, que nos acostumbramos a todo en un plis plás, incluidas las cosas a las que no hay forma de acostumbrarse jamás. Que vaya si existen. Salvo que también nos hemos acostumbrado a eso. Rápido. A toda velocidad.