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Por los wésterns supimos que existía la figura vagamente legal, entre siniestra y legendaria, del cazador de recompensas que perseguía a los forajidos fugitivos por los que se ofrecía dinero. Que si no había recompensa por medio, ese cazador de recompensas no movía ni un dedo. Y tan bueno era el negocio, que pronto hubo más cazadores que recompensas, por lo que a menudo competían entre sí por un único pringado fugitivo de la justicia, y hasta se batían ilegalmente a tiros, con lo que a su vez se convertían en forajidos, atrayendo de inmediato bandadas de cazadores de recompensas, y así sucesivamente. En eso suele consistir la ley. En así sucesivamente. Parece que ante la profusión y abundancia de estos profesionales de la recompensa, el diccionario aceptó unir el verbo al sujeto, como en robaperas, pelagatos o tuercebotas, creando la palabra cazarrecompensas a fin de catalogar a estos intrépidos buscadores de la pela caiga quien caiga, aunque el muy capullo de mi portátil, que la tiene tomada conmigo, no se haya enterado y me la subraye. ¡Cazarrecompensas! Todos los niños son cazarrecompensas natos, si no hay recompensa no dan un paso, y sólo algunos se moderan algo con la edad al descubrir el sistema de premios y castigos (palo y zanahoria) que rige en el mundo, y por consiguiente, lo que vale realmente un peine. Y si no, se hacen políticos, o famosos de cualquier tipo, siempre en busca de recompensas. Porque, según los entendidos, hagamos lo que hagamos el cerebro siempre va a la suya, que es buscar recompensas. Como Clint Eastwood o Lee Van Cleef en El bueno, el feo y el malo, que es a lo que se llama mantener vivo al niño interior. Y si no sabían que ese niño interior es Clint Eastwood, cabalgando de pistolero cazarrecompensas, pues ya lo saben. Claro que también habrán oído decir que hay todo tipo de recompensas. Morales, estéticas, táctiles, intelectuales, etc. Sí, bueno, no diremos que no… Pero tienen que recompensar, y eso es lo que vale. Y a menudo, el fugitivo a quien se persigue para meterlo a buen recaudo, y que pague sus fechorías, es uno mismo. La verdad, no estoy seguro de que me compense esa recompensa. Temo ser un pésimo cazarrecompensas.