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Niño Becerra, Lacalle, Rallo, son algunos de los economistas que llevan años anunciando cataclismos. No son los únicos nombres que están en esa tesitura. Su anuncio es, con algunas diferencias entre ellos, que la economía española y la economía mundial se encaminan sin remedio hacia el precipicio. Más aún: hacia el apocalipsis. El remedio, y esto es una deducción lógica, sería que se produjera un cambio de gobierno, en el caso español. Cada año, invariablemente, publican un libro en el que recogen, con nuevos bríos, el mensaje central que les unifica: el tremendismo económico. Mientras uno preconizaba, en el estallido de la pandemia, que la tasa de paro en España llegaría al 30 % y que dos de cada tres pymes desaparecerían; otro aventuraba que una gravísima recesión va a llegar en pocos años. Si uno trata de adentrarse en sus trabajos, observa que buena parte de esas premoniciones se sustentan sobre intuiciones muy subjetivas e ideologizadas más que sobre sólidas bases empíricas.

Si un economista anuncia que va a venir una crisis económica, háganle caso: tarde o temprano, esa crisis llegará. La forma de la misma tendrá perfiles distintos, en función de sus causas. Pero los economistas sabemos, desde las aportaciones de los clásicos y los trabajos de Kuznets, Jutglar, Kichin, Kondratieff, Schumpeter (y buena parte de la escuela austríaca en economía), junto a las evidencias históricas, que los ciclos económicos existen en economía. Y que, por tanto, las crisis de ajuste aparecerán: bien por causas financieras, de sobreproducción, de estrangulamiento de la oferta, o por causas ajenas a la propia economía (como es el ejemplo del coronavirus). El reto para el economista es acertar el momento cronológico –entendido en un sentido amplio– en que esa crisis se hará efectiva. Es decir, cuándo se producirá. Porque señalar que se va a engendrar una crisis, ya lo sabemos: desde el primer curso de Facultad; no hay en esa afirmación novedad alguna. Lo importante sería concretar el tempus, y evidentemente acercarse a la realidad, en caso de que se acierte. Esto es lo que falla a estos verdaderos profetas agoreros, cuyas soflamas están muy presentes en medios de comunicación y redes sociales. Y cuyos mensajes impregnan el relato económico crítico de los partidos conservadores. Éstos han hecho suyos los argumentos derrotistas, tremendistas, en forma de una reedición de la teoría del caos: el orden llegaría, entonces, con el desembarco de las fuerzas conservadoras, con la aplicación de sus recetarios ortodoxos.

El problema para esos augures del desastre es la propia realidad. Los datos, que son tozudos y abundantes, insisten en desacreditar las perspectivas que ellos tienen. Y a pesar de cifras, informes, documentos, declaraciones, realizados por instituciones de referencia, que van en dirección totalmente contraria a lo que ellos dicen, esos economistas persisten, obstinadamente, en negar lo que incluso las palestras liberales (The Economist, Financial Times, por poner sendos ejemplos) más respetadas están subrayando: que no tienen razón. La economía es, entones, pasto de la ideología más casposa: sin rigor, sin seriedad.