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Vemos, y cada vez con más reiteración, los casos de violaciones grupales de mujeres y niñas. El término ‘manada’ ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario cotidiano; las violaciones, de nuestra vida diaria. ¿Qué está pasando?, ¿Qué nos está pasando?, ¿Por qué son tan numerosos los casos de agresiones sexuales en grupo?, ¿Cómo es posible que cada vez sean más jóvenes, ya casi niños, quienes las practican?

Son muchas y muy variadas las causas según los expertos, pero hay dos que aparecen en las listas de todos: la deficiente educación sexual que reciben nuestros hijos e hijas, y el acceso libre, gratuito e ilimitado a la pornografía que tienen a través de móviles, tablets y demás artilugios a los que, como progenitores, intencionadamente o no, estamos delegando nuestra responsabilidad como tales. ¿De qué sirve que a nuestros hijos les expliquen las ventajas de utilizar preservativos para evitar contagios y no les contemos las bases sobre las que debe establecerse cualquier relación sexual para evitar violaciones? Con partidos como Vox, y su adlátere el PP, limitando, cuando no prohibiendo, la educación sexual en colegios e institutos, y atacando como hienas la ley del ‘solo sí es sí’ que, por primera vez, pone en el centro del problema a los agresores y no a las víctimas, estamos fomentando la cultura de la violación porque estamos delegando la responsabilidad de la educación sexual de nuestros hijos e hijas a las grandes estrellas del porno. No es casual que esas películas sean tremendamente machistas, que cosifiquen a las mujeres, que ensalcen la agresividad y la violencia y, sobre todo, que realcen la dominación de la mujer por el hombre.

Mientras esta sociedad no entienda de verdad que ‘sólo sí es sí’, mientras no incentive y proteja la educación sexual real en colegios e institutos, mientras no limite de verdad el acceso libre y gratuito al porno a las y los menores, seguiremos creando monstruos, monstruos que cada vez serán más jóvenes, tanto como para que ni siquiera se les pueda juzgar por violar a una niña. Es un tema grave frente al que preferimos mirar a otro lado, como si eso resolviera el problema. Basta ya, afrontar este problema es una obligación de todas y todos los que formamos esta sociedad, como padres, como madres, como maestras y maestros, y, sobre todo, como ciudadanas y ciudadanos que aspiramos a dejar un mundo mejor a quienes vienen detrás. Y mal, muy mal vamos, cuando crucificamos a quienes promulgan leyes que afrontan de verdad este, nuestro, problema.