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Lejos de constituir un debate nimio o, como aseguran desde el PSIB, un intento de atacar a Francina Armengol por su aspecto físico o su edad, el episodio del cartel electoral colgado y celebrado por la propia candidata y sus palmeros en el balcón de la sede socialista de la calle Miracle acredita lo desnortada que está la izquierda, y la incoherencia y superficialidad de valores de los que presume.

En primer lugar, quien, con esta actitud, se avergüenza y reniega de su actual aspecto –por otra parte, sin motivo alguno– es la propia presidenta, que consiente y hasta se regocija con el hecho de que la cartelería electoral de su partido manipule obscenamente su imagen y nos presente la de una joven de apenas veinticinco o treinta años, estadio vital rebasado hace décadas por Armengol.

La gerontofobia es una lacra social muy extendida, no hay más que repasar las redes sociales o la prensa del corazón. Según los dictados de esta fobia, la belleza es un atributo exclusivo de la juventud, de ahí el desesperado intento de algunas personas de camuflar artificialmente los efectos biológicos de su verdadera edad, como si el envejecimiento no fuera un proceso de lo más natural y, por ende, irreversible. La arruga no es bella.

Tampoco Francina es, en 2023, una joven socialista ni una promesa de la política. Afortunadamente para todos nosotros, la presidenta atesora una experiencia vital y como cargo público que, lógicamente, se corresponde con haber vivido largos años y, por tanto, evidenciar los signos externos propios del transcurso de tiempo y del estrés inherente a su responsabilidad.

Presentarse a unas elecciones con una falsa imagen de lozana juventud, producto del uso y abuso de un programa de retoque fotográfico y del ridículo exceso de celo de sus asesores de campaña, es especialmente grave en este caso por diversos motivos. El primero de ellos, porque intrínsecamente pone de manifiesto una irracional aversión hacia la madurez y la senectud de las personas. Por lo visto, al contrario que en otros países, las personas maduras no tienen proyección política en España. Mejor nos quitamos de en medio.

Al tiempo, se hace un flaco favor a muchos adolescentes y jóvenes obsesionados de forma enfermiza con su imagen, capaces de aplicar filtros de artificial belleza a las fotografías y vídeos que cuelgan en las redes sociales para obtener la aprobación de los demás. Como si la perfección canónica de nuestros rasgos fuera condición para ser felices o triunfar en la vida. La candidata refrenda esta inhumana y cruel quimera, que tanta frustración y complejos ocasiona a muchos jóvenes.

Pero, además, hay un escandaloso componente sexista en esta forma de proceder, porque, si Armengol fuese un varón, a nadie le importaría lo más mínimo que apareciera en los carteles electorales de su formación tal cual es, o si tiene o no arrugas, ojeras, papada o unos kilos de más, atributos que adornan a muchos seres humanos a partir de cierta edad, entre los que me cuento. De manera que un candidato masculino puede presentarse ante los demás sin filtros, pero nuestra actual presidenta, por su condición de mujer, tiene que simular ser un pibón en la flor de la vida. Resulta patético. Ansioso espero el posicionamiento del IB-Dona al respecto.