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Para exaltar cristianamente el trabajo, Pío XII, en 1955 instituyó la fiesta de San José Obrero, celebrada hace unos días. Al hablar de S. José, esposo de María, espontáneamente capta mi atención y admiración su persona y la misión que Dios le encomendó para ser el guardián y protector del gran misterio de la Encarnación. No podemos imaginar el sufrimiento y la angustia que tuvo que soportar en los primeros momentos de aquella terrible aventura: «¡Miriam, levántate en seguida! Herodes busca al Niño para matarlo. ¿Qué? Sí, tenemos que partir ahora de noche, yo ya he preparado el burro y unas cuantas herramientas». Ella, corriendo de una parte a otra, recogiendo todo lo indispensable para el largo viaje y así alejarse rápidamente de los dominios de Herodes y alcanzar la frontera de Egipto… El Niño dormitando en brazos de su madre, montada dulcemente en los lomos del animal cargado con un enorme fardo de cosas y detalles preparados con esmero. «¿Qué querrá el Altísimo de nosotros, Miriam?» Ella le dice: «Las pruebas que nos pueda enviar, todas conducen al bien». La paz que irradia toda la persona María, invade el corazón de José…