TW
0

Quién nos lo iba a decir, oye. Quién nos iba a decir aquel mes de agosto de 2003, cuando Fernando Alonso ganó el Gran Premio de Hungría de Fórmula 1, que veinte años después nos encontraríamos de nuevo ante el televisor la sobremesa de los sábados y domingos luchando por mantener los ojos abiertos ante el televisor y no perdernos entera la Q3 ni ese cambio de neumáticos entre la 15ª y 25ª vuelta que puede decidir una carrera. Es verdad que es lo mismo que hemos venido haciendo todo este tiempo con Rafa Nadal, que fue ya, hace veinte años también, cuando le ganó por primera vez a Roger Federer, allí en Miami, pero desde entonces Rafa no ha dejado de llevarse masters, grand slams y todo lo que se le ha puesto por delante, y lo nuestro con el tenis ha sido ya más costumbre que fervor. O lo mismo que hicimos también en su día los más antiguos con George Foreman, que otros tantos veinte años después de perder ante Muhammad Ali el título mundial de los pesos pesados que le había arrebatado a Joe Frazier, necesitó un solo golpe para reinvindicarnos, recuperándolo de manos de un triste Michael Moorer, pero entre uno y otro título Foreman se pasó la mayor parte del tiempo recluido en su iglesia sermoneando a sus vecinos. Alonso no se marchó como lo hizo Foreman, por más que se haya pasado esos veinte años yendo y viniendo de Renault igual que Liz Taylor lo hacía de Richard Burton, y con los mismos resultados, ni ha estado siempre aquí ganando como Rafa. No es él, somos nosotros. Hemos vuelto.