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Imagino que cuando los amanuenses medievales vieron llegar la imprenta sintieron que su mundo se desintegraba.Una especie de apocalipsis que les dejaba sin trabajo, sin sentido, descolocados ante lo que, de hecho, fue un cambio de era.El mundo no volvió a ser igual en cuanto el vulgo pudo empezar a leer libros. Revoluciones como esa han ocurrido de forma recurrente a lo largo de la historia de la humanidad. Ya dicen que lo único que no cambia en esta vida es que todo cambia. Ahora estamos a las puertas de otra vuelta de tuerca de la mano de la Inteligencia Artificial, la robótica y, más de andar por casa, la digitalización de los medios de comunicación y las redes sociales. Muchos estamos acostumbrados a cuestionar cualquier noticia que nos llegue por cualquier vía.No nos fiamos de nada ni de nadie. La lupa de la sospecha está siempre bien afilada. Cada vez quedamos menos. Hoy abres cualquier diario digital supuestamente serio y te cuelan cada gato por liebre que no tienes más opción que buscar la X en la esquina de la pantalla y salir de allí corriendo. Una serie de ficción enNetflix es refugio seguro, ya sabes de antemano que todo lo que van a contarte es un cuento. La lucha feroz de los medios digitales por sumar visitas les está llevando a extremos entre peligrosos y ridículos. Proliferan titulares llamativos, con palabras poderosas, llenos de interrogantes jugosos para que piques y entres. Y cuando entras y buscas la noticia prometida... ¡bluf! se evapora.No hay nada, solo aire, humo, divagaciones de un supuesto periodista que incluso, a veces, escribe con faltas de ortografía.No es lo peor. Falla la veracidad, el rigor, las bases del periodismo. El periodismo murió hace años y parece que nadie lo echa de menos.