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Existen plantas primaverales que tienen flores preciosas y nombres bonitos; en países de Latinoamérica son conocidas como galanes, y también como damas, dondiegos, clavelinas o maravillas. Y han llegado hasta aquí. Dos son sus principales características: una, emiten una fragancia muy intensa y agradable; otra, cuando las flores intermitentemente se contraen, no emiten olor. El llamado galán de día ofrece sus flores fragantes durante las horas de sol. Ese galán diurno tiene su variante nocturna, es el galán que cuando llega la noche abre sus pétalos y su aroma propala.

Durante años, coincidiendo con los de mi vida activa, me puse como referencia el galán de día, no porque me gustase su denominación, pero sí su función: me propuse que todo lo que decía y hacía lograse, al modo de un aroma, hacer agradable la vida a los demás. Ahora, jubilado, mi existencia va entrando en la nocturnidad y, fuera ya de los focos, tengo la vida como más apagada. Y voy desplazando mi preferencia al Cestrum nocturnum, que es la denominación que el latín da al galán de noche. Quisiera seguir siendo fiel a la consigna que desde la adolescencia me ha guiado –«¡florece donde te planten!»– y ahora sé que, biográficamente, estoy plantado en la tercera edad. Si hay aromas que la juventud expande, ¿no los habrá que la vejez emita?