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Hace algunos años, cuando cursaba un máster en Humanidades, tuve la ocasión de comentar con el profesor de la UOC y director del máster, Francesc Núñez, el riesgo de un colapso civilizatorio por extralimitación. Me señalaba él los riesgos de la inminente inteligencia artificial (IA), y he de darle en gran medida la razón.

Hasta ahora, la IA no parece aprender de las inteligencias humanas de mayor nivel, sino de la media de la estupidez humana, que como sabemos es bastante elevada, pero en breve imitará a la perfección los textos de cualquier escritor, realizará audiovisuales indistinguibles de la realidad y opinará sobre todo y sobre todos. Esto último plantea el problema de la ideología: la IA ostentará y promoverá valores pero ¿cuáles?, y tendrá la capacidad de confundir y convencer a los humanos, lo que resulta peligroso en estos tiempos tecno-posmodernos que consideran que la ideología no existe o está caduca.

En manos de la gran empresa privada, sólo interesada en el lucro, puede ser muy preocupante, y aterroriza pensar en su uso político, policial y militar. De momento es torpe, pero a medio plazo podría acabar hasta con el 80 % de los empleos. Recordemos también que todos nuestros sistemas informáticos están fuertemente interconectados, por lo que no es descabellado imaginar, en plan ciencia-ficción, que a largo plazo la IA proponga o intente hacerse con el control de la civilización. La UNESCO y otras instituciones urgen a regularla. Juega a nuestro favor que la IA necesita una enorme cantidad de electricidad y sustento informático, suministros que hasta ahora sólo le podemos facilitar los humanos.

Tal vez el mayor riesgo sea la posibilidad de crear un dios en la Tierra, un ser aparentemente incorpóreo que todo lo sabe: por ejemplo, que decida nuestra pareja ideal, o peor aun, que nos desaconseje a nuestra pareja por incompatibilidad, o que dictamine que esa vocación del joven estudiante no es la adecuada o (¡ay!) a quién votar. Siempre que hemos creado dioses, al final nos autoesclavizamos, así que parece un buen momento para aplicar el llamado principio de precaución, aquél que dice que no hagamos algo si no estamos seguros de la inocuidad de los resultados.