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Resulta sintomático que se vilipendie sin medida a un individuo que ha recibido la agresión de otro, aunque se insinúe que el primero pudo atacar verbalmente al otro sacando a relucir tema escabroso que alude a su familia, algo que nadie más parece haber oído. Y sí hay testigos del puñetazo propinado al primer individuo. Sin embargo, se blanquea la actitud del segundo y se le recibe con aplausos y alabanzas, justificando su acción, dando por hecho que ha actuado de semejante manera porque el insulto escupido por el primero realmente existe sin necesidad ni de audios ni de videos.

Ha sido así y punto, y poco le ha hecho, parecen exclamar los seguidores del equipo blanco. Porque el primero es un jugador del Villarreal llamado Baena y el segundo un jugador del Real Madrid llamado Valverde. Y con eso, con los colores y el escudo, da la impresión de que se justifica todo. ¿Se debe creer a pies juntillas lo que asegura Valverde que le dijo Baena semanas antes? ¿Por qué no dijo en su momento lo que supuestamente le había dicho Baena? ¿Y es justificable que una hora después de acabado el encuentro Valverde le espere junto al autobús de vuelta del Villarreal y en frío le endose un puñetazo? Casi a la vez un jugador del Bayern de Munich llamado Mané le asesta otro puñetazo a otro jugador de su propio equipo llamado Sané, ambos jugadores de color, porque el segundo teóricamente le ha llamado «negro de mierda» al primero.

La directiva del equipo bávaro aparta a Mané del equipo sin dilación por el puñetazo. Son dos modos de actuar completamente distintos. Un equipo no permite agresiones físicas de ningún tipo y el segundo no da muestras de actuar sino que va camino de convertir a Valverde en ídolo de masas como antaño se hizo con el malogrado Juanito pisando la cabeza de Matthaus o Pepe tratando de desnucar a patadas a un rival tirado en el césped. No resulta meritorio y sí contraproducente.