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Cuando Pedro Sánchez era concejal o solo calentaba escaño en el Congreso, los socialistas insulares ya experimentaban con la fórmula de alianzas con quien fuera y al precio que fuera con tal de acceder al poder. El socialismo balear vivió a finales de los noventa y comienzos de la década siguiente el enfrentamiento definitivo entre las tesis socialdemócratas, alejadas del comunismo, que personalizaban Félix Pons, Andreu Crespí y Ramón Aguiló entre otros y el planteamiento del entonces todopoderoso secretario de Organización del PSOE, Joan March, que optaba por una política de alianzas aun a costa del propio ideario, vista la incapacidad del PSOE de doblegar electoralmente al centro derecha en solitario. El socialismo renunció a liderar la sociedad para conformarse con ser únicamente el adalid de la izquierda.

Francesc Antich gobernó con acuerdos con la derecha a la mallorquina de UM y con el PSM. Con el tiempo, le llegó el turno a Francina Armengol y sus acuerdos con la ultraizquierda y los soberanistas de Més hasta el extremo de hacerse indistinguibles las propuestas de unos y otros. Había nacido lo que luego ha sido el sanchismo, la desaparición de las fronteras ideológicas entre partidos de la izquierda para convertirse en bloque cuya seña de identidad es la hostilidad permanente con el opositor negando cualquier posibilidad de acuerdo en cuestiones de Estado. En su momento, la ruptura del bipartidismo hizo albergar alguna esperanza de mayor pluralidad de la vida política, pero la polarización en bandos radicalmente opuestos, en los que los extremos dictan las acciones de los partidos con más implantación, y ello es más evidente en la izquierda, ha generado una mayor crispación. La prueba más reciente es la Ley de Vivienda cuyo protagonismo ha sido de ERC y Bildu por la necesidad de apoyos de Sánchez. Es un sarcasmo que desde el PSOE en Baleares se descalifiquen algunos perfiles de las candidaturas de Marga Prohens desenvolviéndose con socios de tal catadura.

Una ley, por otra parte, profundamente intervencionista, cuyo estandarte es la limitación del precio de los alquileres, que ha sido acogida con entusiasmo por Francina Armengol dispuesta a ser la primera en desarrollar los contenidos de la norma. Un dato: en Berlín, dos años después de controlar el precio de los alquileres, el mercado cayó un 40 %. En las elecciones locales de hace dos meses, el centro derecha berlinés superó ampliamente a la coalición de izquierdas después de 24 años. No es descabellado afirmar que la Ley de Vivienda liquidará el mercado del alquiler. En paralelo, la cesión que no es tal de los 400 y pico pisos del banco malo, previo pago de los mismos, y a saber en qué estado se encuentran si el banco no los había podido vender, anunciada por Sánchez mediante las tontería gramatical de la «movilización de pisos» no va más allá de otra boutade electoralista que se comenta sola.

Algunos analistas madrileños señalan como novedad que el PSOE ya no aspira a ser el partido más votado, sino que gane las elecciones el bloque Frankestein. En Baleares, la sumisión de la socialdemocracia a la extrema izquierda y el nacionalismo viene de antes. Quizá en el futuro, los historiadores denominen a nuestros sanchistas de primera hora como «camisas viejas» del sanchismo.