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Un grupo de vecinos se reunió el otro día sobre la arena removida de la playa de sa Coma. Querían rendir un silencioso homenaje a los cientos de milicianos cuyo cuerpo sigue desaparecido en esa zona del levante mallorquín. Allí, junto al cuartel general de capitán Bayo, nos sentamos en una cafetería y rememoramos una de las historias más extrañas de la Guerra Civil: el nacimiento de dos niñas en una cueva que quedó entre los dos fuegos de la Batalla de Mallorca. La historia aparece en los libros de Josep Cortés, Rafel Perelló y Serafí Guiscafré.

Son Carrió es una pedanía de Sant Llorenç des Cardassar que quedó en el centro del campo de batalla. Desde el inicio de la guerra, el capellán alertaba en misa de que se esperaba un desembarco en su costa: «Cuando toquemos las campanas, debéis huir y esconderos». Y así lo hicieron. El 16 de agosto de 1936 todos los vecinos desalojaron sus casas porque miles de ‘rojos’ avanzaban hacia el pueblo. Dejaron las puertas abiertas para que no se las rompieran.

Un grupo de 60 personas con dos embarazadas avanzó campo a través hacia el norte pero el fuego era cada vez más intenso. Caían bombas desde el mar y el aire. En medio del caos, decidieron refugiarse en la llamada Clova Petita, una cueva que estaba literalmente en tierra de nadie, es decir, entre las trincheras de ambos bandos. El miedo llevó a una de las mujeres a romper aguas. Necesitaba asistencia y uno de los vecinos salió a buscar ayuda. Los testigos aseguran que la providencia salvó a aquel hombre de una muerte segura. Sorteó una lluvia de balas en una carrera imposible hasta que alcanzó las líneas de Bayo: «¡Ayuda! ¡Una mujer está de parto!». Los milicianos enviaron al médico de la columna y nació felizmente María Jesús. Le pusieron ese nombre porque vino al mundo en una cueva, como Jesucristo. Poco después, nacería otra niña, un segundo rayo de luz en un campo de muerte. Desde entonces, en el pueblo conocen a aquellas niñas como ses Coveres. La primera todavía vive.

El 26 de agosto los antifascistas tomaron Son Carrió y llevaron alimentos a la cueva. Como explica en su libro Rafel Perelló, las fuentes orales coinciden en que fueron «muy educados» pero ocurrió un hecho curioso. Los milicianos vestían ropa que habían cogido en las casas del pueblo y uno llevaba colgada una muñeca. Una de las niñas de la cueva la agarró y los padres dijeron al miliciano: «Es que la muñeca es suya y la ha reconocido».

El combate terminó pero aquello no fue un final feliz. El padre de una de ses Coveres temía ser asesinado por ser de izquierdas y decidió huir a la Menorca republicana. La historia parece sacada de una película: servía de maquinista en un barco de vigilancia de Porto Cristo cuando emborrachó a tres falangistas para quitarles el arma y encerrarlos en la bodega. Apareció en Ciutadella con los tres prisioneros y la exigencia de salvarles la vida. Como represalia, los franquistas encerraron a su mujer durante siete meses. Después de la guerra, él sería condenado tres veces a muerte pero acabaron perdonándole tras siete años en campos de trabajo.