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A ntes de estar en las últimas, que frecuentemente supone encontrarse extremadamente mal, se le concede al humano estar en las penúltimas, que muy a menudo coincide con hallarse situado en silencio y en soledad. La creencia tradicional dice que el oído es el último sentido que se desconecta de la función cerebral. Por lo experimentado durante la pandemia por el personal sanitario, el tacto cobra una importancia enorme para aquel que en soledad siente que la muerte está próxima. Con todo, el privilegio de constituirse en el sentido por antonomasia de las penúltimas creo que corresponde al olfato por su capacidad de anticipar el futuro: ¿No se anuncia al marinero el amarre al puerto desde la brisa que olfatea a medida que va acercándose a la costa? ¿No anuncia el perfume la llegada de alguien aun cuando no ha hecho acto de presencia? Hay aromas que, como los pregones, introducen a fiestas esperadas. La lengua griega posee un término llamado prolexis; se trata del conocimiento anticipado de un acontecimiento. El cine lo utiliza con frecuencia como adelanto de lo que viene. Se puede vivir la Semana Santa como tiempo tétrico, pero también puede vivirse como tiempo proléptico: como pasión que huele a resurrección, como Roncesvalles que apunta a Compostela, como un viernes que olfatea un domingo, como una pena que estuviese virando a gloria.