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Se puede saber por qué la publicidad, además de anunciarnos y destacar las virtudes de tal o cual producto, se siente obligada también a propinarnos de tapadillo tremendos sermones morales? De todo tipo, en plan aderezo moral imprescindible. Sermones medioambientales, solidarios, sanitarios, igualitarios, identitarios, sostenibles, etc. Además de estéticos, que esa es otra. A cualquier gilipollez de consumo se le pueden sacar lecciones morales y modelos de comportamiento. No, no me refiero ahora a esa tenebrosa campaña del Ministerio de Igualdad, de la que todo el mundo habla y parecen anuncios de una peli de terror, me refiero a la publicidad en general. Que visto su colosal desarrollo en el último siglo, y que no sólo llega a cualquier resquicio de la realidad y de la ficción, saturándolo, sino que lo financia casi todo y es ya el principal producto a publicitar, el objetivo de sí misma (se producen cosas, ideas o eventos para poder publicitarlos), igual ya podría prescindir de los relatos moralizantes y las viejas mañas de los predicadores. Con la cantidad de recursos técnicos, artísticos y humanos (casi todos los intelectuales del presente son publicistas) de que disponen, y lo creativos que son tales publicistas, no veo por qué para vender una chorrada, o una doctrina política, tienen que seguir contándonos el cuento de los tres cerditos, o el de Caperucita Roja. Qué mierda de creatividad es esa. La publicidad hace tiempo que es el primer poder de largo, la madre de todos los poderes, y no debería necesitar ese tonillo sacerdotal ni venirnos con monsergas. Si afirman que tal pastelillo es el mejor pastelillo del mundo, nos lo comeremos igual aunque no coloquen un sermón sobre alimentación sana, la pureza de las aguas de los riachuelos de montaña y lo inclusivos que son sus sabores. En serio, me gustaría saber por qué los mensajes publicitarios y los eslóganes, sean de zapatillas o móviles, incluyen toda una filosofía de la vida y consejos para mejorar. Con seducirnos bastaría, y seducir no es sermonear. Salvo que en efecto, lo que se publicita sea la publicidad misma, su propio relato. Ese que buscan imponer los políticos. Con la autoficción hemos topado.