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Nuestro tiempo es paradójico y padece injusticias flagrantes. Se han conquistado los espacios interplanetarios, pero no ha llegado la ayuda solidaria a todos los lugares donde hay gente que muere de hambre. El que fuera superior general de la Compañía de Jesús, padre Pedro Arrupe, en 1978 afirmó: «La situación [respecto del hambre en el mundo] parece empeorarse tanto más cuanto más el mundo se enriquece. John F. Kennedy propuso al pueblo americano dos objetivos: el primero, enviar un hombre a la luna en una decena de años; el otro, ayudar a eliminar el hambre ‘en el tiempo de nuestra vida’. Es un triste comentario a los valores de nuestra civilización constatar que el primer objetivo, técnico y científico, se ha conseguido magníficamente, mientras el segundo, más humanitario y social, se ha alejado todavía más de nuestras perspectivas de realización».

Sin solidaridad, nuestro mundo está abocado al abismo. Es imposible que no pase nada cuando solo un 20 % de los habitantes de la tierra poseen el 80 % de los bienes de este mundo. Tal desproporción en el disfrute de los bienes económicos es una injusticia tan grande que debería avergonzar a los hombres y mujeres del Primer Mundo.