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El 27 de diciembre de 1978, el rey Juan Carlos sancionaba con su firma la Constitución que el pueblo español había aprobado masivamente en el referéndum del día 6 de diciembre. Esto ocurría apenas dos años después de la aprobación de la Ley de Reforma Política que suponía la eliminación de las estructuras políticas de la dictadura y 18 meses después de las primeras elecciones democráticas.

El heredero designado por el general Franco se desposeía por voluntad propia de todos sus poderes que traspasaba al pueblo español como depositario de la soberanía nacional y se convertía en un monarca constitucional. Es decir, apenas tres años después de la muerte del dictador, España tenía un sistema constitucional democrático perfectamente homologable a los de otros países europeos. Sin duda, la voluntad, el empeño y la tenacidad del rey Juan Carlos, junto a la moderación de los partidos políticos y el sabio acompañar del pueblo español, hicieron posible este éxito. Se podrá argumentar que sin el Rey la Transición también hubiese sido posible. Es verdad, pero no es verificable. ¡Quién sabe si en un proceso revolucionario en vez del reformista que se eligió no hubiésemos acabado a bofetadas como tantas veces!

Todo el mundo puede opinar sobre la conducta personal del rey Juan Carlos especialmente en los últimos años, pero es indiscutible su trayectoria política. Sus constantes aciertos en los años decisivos al tomar decisiones políticas (incluyendo el 23-F) merecen un reconocimiento que no puede negarse por sus desaciertos en el manejo de su vida privada, si es que un rey puede tener vida privada.

Los españoles estamos permanentemente peleados con la Historia. Nos cuesta aceptar la grandeza o la trayectoria de nuestros protagonistas porque tendemos a aplicar criterios ucrónicos o a establecer listas de buenos y malos con carácter inamovible.

Si el rey Juan Carlos no tiene ninguna causa judicial abierta en España, no entiendo porque tiene que vivir en Abu Dhabi y no puede regresar a nuestro país. Los presidentes franceses Chirac, Mitterrand u Hollande no tuvieron que salir del país cuando trascendieron comportamientos inadecuados o abiertamente delictivos. Ni tampoco el príncipe Bernardo de Países Bajos cuando se vio envuelto en el escándalo de los sobornos de la Lockheed. Ni su esposa la reina Beatriz abdicó. Y podríamos seguir citando numerosos ejemplos.

El rey Juan Carlos fue un político enormemente intuitivo, muy eficaz para lo que se requería en momentos de incertidumbre. De haber fracasado, hubiese sido el monarca más breve de la historia de España. En cambio, se ganó el respeto por su buen hacer. No sé si podré excusarle algún día por haber ensombrecido, él mismo, su trayectoria. Pero esa es otra cuestión.