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Hace mucho tiempo que a los verbos ser y hacer se añadió escenificar, y a resultas de esa mutación lingüística, las cosas ya no son, ni se hacen, sino que se escenifican. «Ahora estoy escenificando una tortilla de patatas», explica filosóficamente el chef. A veces, sobre todo en política y pensamiento, ni siquiera hay que hacer algo (conviene no hacerlo), basta escenificarlo. «Escenifíquenme un decreto ley», ordena el ministro de Escenificaciones. Y puesto que en la actualidad todo se escenifica, y lo que no se escenifica no existe (no, la intimidad tampoco), quizá sea buen momento para fijarse en el escenario, que lo es todo. Hay un escenario en cada casa, y escenarios ambulantes callejeros, todos los cuales, a su vez, forman parte del gran escenario global. La idea del escenario es antiquísima, y el gran teatro del mundo (el teatro de operaciones) es previo a la existencia del mundo conocido, pero la obsesión de nuestros dirigentes y analistas con el puto escenario, palabra que nunca se quitan de la boca, es más reciente. ¿Y de qué hablan cuando hablan del escenario? Ah, de cualquier cosa, de todo. Mediático, digital, político, económico… Lo que sea. Sin escenario no se puede escenificar, y puesto que se escenifica, es que era un escenario. El mundo se parece bastante al escenario de un crimen, porque en los escenarios del crimen siempre hay algo que no cuadra (»Aquí hay algo que no cuadra, masculla el detective»), y en el mundo no cuadra nada. El astuto detective anterior habría preguntado enseguida, dando la vuelta al razonamiento, qué mierda de crimen oculto se ha cometido aquí. Escenificando profundas cavilaciones, claro está. O, caso de ser un detective posmoderno, ordenando a un subalterno que escenificase una solución transitoria. En fin, que fijándose mucho en el escenario tampoco vamos a ninguna parte; brincamos de escenario en escenario. Lo que nos lleva a la cuestión fundamental, que paso a escenificar. Si el mundo es un escenario, y el escenario lo es todo, deberían mandar profesionales de la puesta en escena, directores artísticos, diseñadores de producción, etc. Y no. Nos gobiernan aficionados, palurdos sin idea de los problemas escénicos.