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Suele atribuirse a la edad provecta una mayor sabiduría, pero no siempre más años equivalen a más ni a mejor conocimiento, según se ha podido ver y oír durante las dos jornadas en las que Vox ha querido vacilar a la Cámara, el máximo órgano de representación, como todo el mundo sabe salvo Vox precisamente, de la voluntad popular. Suele atribuirse a la ancianidad una mayor sabiduría, pero esa atribución sólo resulta ser adecuada cuando la sabiduría nace de dos fuentes, la de la razón y la del corazón, pues otra cosa no es sabiduría, sino vacua erudición. En el caso del señor Tamames, una de esas fuentes, la del corazón, la del sentimiento, la de la empatía, la de la solidaridad, parece tan seca, que el torrente de su racionalidad apenas alcanza a empapar otra cosa que la inmensa y desproporcionada idea que tiene de sí mismo. De otra parte, sin la lluvia menuda pero constante de la humildad es imposible que el cauce de la fontana seca se vitalice y arrastre algo que sirva para beber y regar. O dicho de otro modo: los saberes de ese señor mayor no le sirven a la nación para nada. Tampoco es que los de Vox pretendieran que la performance del señor mayor sirviera para algo enriquecedor y positivo. Como mucho, para recordar a la ciudadanía que existen, pero se trata de un recordatorio tan innecesario como cruel, pues tener empantanado el Congreso durante dos días para semejante tontada constituye una sevicia a la democracia de esas que la democracia permite en plan casi masoca. La edad del proponente sujetó las lenguas del hemiciclo, pero no tanto para que no acabaran desbridándose a resultas del descontrolado espectáculo. Puede decirse que el Gobierno salió reforzado del aquelarre, pues pudo divulgar y explicar sus logros y sus aciertos, que Yolanda Díaz o Gabriel Rufián siguen creciendo como parlamentarios, y que Aitor Esteban sigue dando la nota de calidad, pero puede decirse poco más, pues de una de las dos fontanas del candidato, no fluyó ni una gota de sabiduría. Y de la otra, tam-poco.