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La dedicación a la política debería cumplir al menos dos requisitos: vocación de servicio y capacidad para resolver problemas, a los que cabría añadir unas dosis ajustadas de vanidad y ambición. Cuando cualquiera de estas últimas sustituye a las anteriores, la política deviene mentira, fraude, estafa.
Màxim Huerta, el ministro más breve de la historia, fue nombrado por Pedro Sánchez en junio de 2018. Una semana después de su toma de posesión, la difusión de unos antiguos problemas con Hacienda –fuego amigo– supuso su renuncia al cargo. Ha contado el exministro que cuando fue al Palacio de la Moncloa para comunicar su dimisión, tras una antesala innecesariamente larga, el presidente Pedro Sánchez desveló la enormidad de su vanidad, preguntándose, ante la estupefacción del todavía ministro, «qué dirá de mí la historia».

También la presidenta del Govern, Francina Armengol, debía pensar en figurar en los anales de la política al publicar un comentario en una red social, a raíz de la presentación de las candidaturas de su partido a las elecciones de mayo que forman, decía, «un equipo renovado para hacer historia». Quizá sea la obsesión por la historia la circunstancia que conduce al triunfalismo exagerado que a su vez provoca el rotundo alejamiento de la realidad, lo cual inutiliza la capacidad que se pudiera tener de solucionar problemas y ensombrece la vocación de servicio si alguna hubiera.

Qué mal se compadece con ese principio levantar la bandera de hasta 37 géneros y 10 orientaciones sexuales o considerar a los hombres como violadores en potencia o, más aún, señalar a los empresarios como los causantes de todos los males de la sociedad. Ahí no hay servicio ni vocación que valga. Es la izquierda trastornada a la que se ha aliado el PSOE, «que ha renunciado al socialismo liberal en el que se había apoyado durante toda su historia para apoyarse sobre una mezcla de radicalismo y oportunismo populista» (Alfonso Guerra).

Lo dicho por el antaño factótum socialista no estorba en absoluto las continuas manifestaciones, algo pomposas por desmesuradas, de superioridad respecto del resto de fuerzas políticas por parte del Govern, que se elogia por los aumentos de sueldos derivados de sus gestiones para la firma del convenio de hostelería y los acuerdos con el sector sanitario y el educativo, y por supuesto de todo el funcionariado, que supone una bolsa de muchos miles de votos.

Sin embargo, más allá de la autosatisfacción, la capacidad de compra de las familias ha retrocedido a los niveles de nada menos que hace veintisiete años. La insistencia propagandística sobre las propias políticas de vivienda no enmienda una carencia estructural de gravísimas consecuencias sociales. Y tampoco disminuyen las listas de espera sanitarias por más que Armengol premie a la consellera de Salut con un puesto preeminente en su lista electoral. Precisamente, el departamento de Salut resulta señalado por el informa de la Sindicatura de Comptes como uno de los más esquivos a la hora de facilitar la documentación requerida. Es un informe en el que la pulcritud del Govern Armengol sale seriamente dañada por las deficiencias graves detectadas en materia de subvenciones en distintos organismos públicos. Dejen, pues, la historia para los historiadores.